Junto con la atleta Lourdes Valdor, recibió, la noche del miércoles,
el “Moisés de Oro”
La Obra San Martín,
la herencia que dejó don Daniel
ORTIZ TERCILLA
En la noche del
pasado miércoles, y en La Taberna de Moisés. Fueron entregados los
“Moisés de Oro” en el acto tradicional de este ya popular
premio, que no por ser modesto es menos apreciado. Un reconocimiento
con dos vertientes, una deportiva y otra social. Lourdes Valdor,
atleta cántabra, y la Obra Benéfica San Martín, fueron los
galardonados este año.
Don Daniel García
fue un sacerdote que tenía una fuerte personalidad, singular en sus
acciones y constante en sus planteamientos. Don Daniel, fue un
moderno San Francisco de Asís, que “tapó” con la capa de su
caridad y de su entusiasmo y entrega, a muchos “desnudos” de
bienes, llenos de hambre y de miseria. En todos lugares -decía- se
puede servir al Señor, y don Daniel eligió el camino difícil, la
senda ardua y dificultosa. Su incansable caminar no encontraba
caminos angostos. No tenía fronteras, aunque su apostolado se
centraba principalmente en el barrio de San Martín y sus aledaños.
Siempre sabía
dónde había un enfermo que necesitaba de ayuda, e igual se veía a
don Daniel con su vieja sotana en una bodega de San Martín de Abajo,
que en una guardilla en Canalejas o en una modesta vivienda en la
calle Tetuán … También acudía a la calle Castelar, al Muelle..,
pero por distintas razones. Cuántos serían los enfermos, con los
que se pasaba las horas muertas hablando, a quienes, al marchar,
dejaba bajo su almohada tres o cuatro duros para las medicinas que
necesitaba. Cuántas ocasiones fueron las que dejó sobre la mesa,
junto al vaso de vino que había compartido con su amigo enfermo,
cinco o seis duros para que, aquel día al menos, pudieran comer los
críos de la casa. Después visitaba a sus amigos pudientes, con
quienes siempre se repetía la conversación y las peticiones para
sus enfermos, para sus ancianos y ciertamente también, le respondían
esos amigos, porque su ejemplo era auténtico.
Recordamos aquellos
pequeños tritones que junto al Marítimo, o junto al Palacete de las
Obras del Puerto, se zambullían en el agua en busca de unas monedas
que los paseantes arrojaban por las machinas al agua. Era una
situación un tanto degradante y hasta humillante hacer que aquellas
criaturas se vieran necesitadas de estar horas y horas en el agua
luciendo sus vergüenzas en busca de unas monedas para llevar a casa.
Se les podían contar los huesos y apreciar el hambre en sus rostros.
Sus sonrisas se quebraban cuando salían del agua con la boca llena
de monedas, pero sonreían después tras depositar su “tesoro” en
las escalerillas. Un tesoro que, en algún caso, y después de comer
un trozo de pan moreno y unos higos “pajareros” llenos de
esparto, entregaba al cura don Daniel parte de su “pesca”. Eran
ejemplos emocionantes. Una caridad compartida. Solidaridad, que se
dice ahora.
No cesaba en su
empeño don Daniel y su obra iba creciendo y creciendo, pero las
necesidades eran muchas. Creó con mucho esfuerzo y no menos
entusiasmo, preventorios infantiles, como el ubicado en Potes, para
llevar a ellos a muchos niños a quienes se arrancaba de la
tuberculosis que les amenazaba al convivir junto a personas, que en
aquellos años eran muchas, que pagaban el tributo de las calamidades
pasada, al contraer la terrible enfermedad, en aquellos años casi
insuperable.
Don Daniel era
rodeado por los chavales, allá donde le encontraran. Don Daniel, se
sentía feliz charlando con los viejos pescadores de Puertochico, con
las pescaderas de la calle Tetuán. Estaba siempre feliz entre su
gente. ¡Hay mucho que hacer! Decía constantemente y con su ejemplo
contagiaba y logró colaboradores estupendos. Hacía falta gente para
organizar los proyectos, para coordinar acciones y creó el periódico
“San Martín” y encontró eficaces colaboradores y se puede
recordar después de muchos años, a Celestino Rodríguez, “Cerona”,
a Francisco González, genial caricaturista, a Mariano Izábal, a
Fernando G. Muriedas…”.
Más tarde
acometería la sensacional Obra San Martín, en Bellavista (Cueto)
dedicada a los deficientes psíquicos, donde la labor supera todas
las previsiones y esa labor asistencial fue, posiblemente como una
llamada de atención a la sociedad y una bandera izada al viento para
concienciar a muchas personas de que aquello, había necesidad de
afrontarlo seriamente y hoy, por fortuna, hay instituciones y
subvenciones para estos casos.
La muerte de don
Daniel dejó huérfanos, muchos, puesto que todos eran hijos
espirituales del benemérito sacerdote. Por fortuna y porque la Obra
lo demanda llegó a la dirección de la misma otro sacerdote que se
entregaría y se entrega en cuerpo y alma … Don Miguel Manso,
continúa aquel camino difícil pero congratulante de la caridad.
“Todo lo que hagáis con ellos, lo haréis por Mí”. Sin duda un
serio compromiso, que mantiene las constantes de trabajo y
dedicación.
(DM/ Viernes, 24 de
febrero de 1989)
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