martes, 15 de diciembre de 2015

Andrés Gregorio Fernández Cayuso y María Luisa Abascal Madrazo




ANDRÉS GREGORIO FERNÁNDEZ CAYUSO (n. 1910 Oreña, m. 1980 Puente San Miguel) y MARÍA LUISA ABASCAL MADRAZO (n. 1904 San Esteban de Cerrazo m. 1997 Puente San Miguel), casados el 13 de junio de 1931 en la Iglesia Parroquial San Pedro Apóstol de Oreña.

Sus hijos: María Luisa (1932), Enriqueta (1936) y Teresa (1943).

Eran labradores con residencia en el molino de Serranera.


ANDRÉS GREGORIO era hijo de Andrés Fernández Cayuso (n. 1887 Quintana, m. 1963 Oreña) y Gumersinda Cayuso Cayuso (n. 1889 Oreña, m. 1968 Oreña).

Sus hermanos: Floriano (1912-), Josefa (1914-1971), Benito (1916-), Lucinda (1919-1919), Jorge (1921-2005), Olegario (1923-1954), Amador (1925) y Socorro (1927-2015).

Era nieto paterno de Benito Fernández Cuevas (n. 1842 Rioseco Reinosa, m. 1922 Oreña) y Rosario Cayuso Ruiz (n. 1846 Oreña, m. 1930 Oreña).

Era nieto materno de Andrés Cayuso Iglesias (n. 1850 Arroyo, m. 1922 Oreña) y Bernarda Abad Cayuso Sánchez (n. 1853 Bárcena, m. 1922 Oreña).


MARÍA LUISA era hija de Severino Abascal Pérez (n. 1844 San Roque de Riomiera, m. 1934 Oreña) y Francisca Madrazo Cano (n. 1852 Las Machorras, m. 1938 Oreña).

Sus hermanos: Daniel (1879-1954), Celestino (), Enriqueta (1889-1932), Aurelio (1893-1965), Emilio (1898-1968), Aurora (1899-1988), Herminio (1902-1973) y Modesto (1916-1917).

Era nieta paterna de Juan Abascal Samperio (n. Riomiera) y Manuela Pérez Lavín (n. Riomiera.

Era nieta materna de


Raíces: Andrés Gregorio es padre de Teresa Fernández Abascal casada con mi primo carnal José Antonio Gutiérrez Pascua.


Otros familiares en este blog:

sus hijos:

“Pedro y María Luisa”,

“Quity y Queta” y

“Tono y Tere”


padres de Andrés Gregorio:

“Andrés y Sinda”


hermanos de María Luisa:

  “Aurelio y Avelina”

“Emilio y Josefa”

“Constantino y Aurora


¡¡ FELIZ NAVIDAD 2015 !!


os desea lineldeleonor



jueves, 3 de diciembre de 2015

Recuperar el valor de la voluntad


Recuperar el valor de la voluntad

Hasta mediados del siglo XX fue creencia general que la educación es, esencialmente, educación de la voluntad. Esta tesis se fundamenta en Aristóteles, para quien el objeto natural de la voluntad es el bien.

El filósofo Nicolás Grimaldi ha sido fiel a la tradición aristotélica. Sostiene que la voluntad, más que la razón, es lo propio del hombre; añade que lo más específico de la voluntad constituye lo más específico del hombre: “Si queremos es porque comprobamos en nuestras impaciencias y decepciones que no somos lo que tenemos que ser. Experimentamos nuestro ser como el de una promesa que no es cumplida. La voluntad atestigua la esencia originariamente desiderativa de nuestro ser, y la falta de conciliación de la naturaleza con lo instantáneo”.

Sorprende la desproporción entre la importancia dada tradicionalmente a la voluntad y su casi olvido completo en la práctica educativa moderna. La noción de “voluntad”, que había servido para explicar la conducta humana durante 2.000 años, se perdió, siendo sustituida por la de “motivación”. Esto supuso pasar de “hacer algo bueno aunque no se tengan ganas” a dejar de hacerlo si no se tienen esas ganas (si uno no se siente motivado).

Desde entonces muchos estudiantes son víctimas fáciles de las exageraciones actuales sobre la función de la motivación en el aprendizaje. Se cuenta que un niño, habitualmente muy responsable, asistió un día a una conferencia sobre motivación con este mensaje: “es peligroso ponerse a estudiar si no apetece”. Cuando regresó a su casa mantuvo el siguiente diálogo con su madre:

-Mamá, hoy no voy a hacer los deberes escolares.
- Sería la primera vez…¿Se puede saber por qué?
-Es muy sencillo: no me siento motivado.
- Pues  hoy vas a hacer los deberes desmotivado. Ya verás lo que motiva cumplir con el propio deber”.

¿Cuáles son las causas principales de ese olvido de la voluntad?

En mi opinión, dos. La primera es la exaltación de la espontaneidad. La segunda es la receptividad pasiva y acrítica ante las nuevas tecnologías de la información. Hay que añadir que en la sociedad actual existe una aversión al esfuerzo que ya está contagiando incluso a los niños pequeños. Hace poco tuve con uno de ellos el siguiente diálogo:

-Oye guapo, ¿tú qué quieres ser de mayor? (yo esperaba la respuesta típica y tópica: explorador, marino, piloto de aviación, etc.)
-Lo tengo muy claro, colega. Yo quiero ser jubilado, como el abuelo.

Jules Payot, en su obra L´education de la volonté (1894) afirma que el error principal de los modernos sistemas de educación es sacrificar la cultura de la voluntad a la cultura intelectual. Añade que cuando los estudiantes llegan a la universidad carecen de fuerza de voluntad para tomar las riendas de su propia formación.

En la misma línea, Eugenio D´Ors sostiene que “no hay educación ni humanismo sin la exaltación del esfuerzo, de la tensión en cada hora y en cada minuto”. Por eso propuso “rehabilitar el valor del esfuerzo, del dolor, de la disciplina de la voluntad, ligado no a aquello que place, sino a aquello que displace”.

En la década de los años 60 el psicólogo americano Walter Mischel, ideó el llamado  “test de la golosina”, con el propósito de demostrar que el nivel de autocontrol de los impulsos de los niños podría ser premonitorio del comportamiento en la edad adulta.

El test se basaba en este experimento: 1-El investigador le dice al niño que, si quiere, puede comer una golosina que está a su alcance, 2- El investigador sale del recinto tras explicar al niño que si cuando regrese no ha comido la golosina recibirá otra más (postergar la gratificación conllevaba recibir un premio).

 En su libro del mismo título publicado en 2.015 en España, Mischel concluye que las personas con mayor autodominio de sus impulsos son más capaces de conseguir sus objetivos, gestionar sus emociones y ser resilientes (soportar mejor las frustraciones de la vida).

Para prevenir posibles actitudes negativas es aconsejable presentar  el esfuerzo como algo positivo. Por ejemplo: lo natural es esforzarse; lo que vale es lo que cuesta; la vida es problema y la lucha es la condición esencial del éxito; la mayor de las satisfacciones es el descanso merecido.

La voluntad se forja en la superación de dificultades. Pero no basta mejorar en fuerza de voluntad (la tienen hasta los gansters eficaces); hay que progresar, además, en “voluntad buena”, la que se basa en el ejercicio de las virtudes.

Gerardo Castillo Ceballos.
Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

(este artículo publicado simultáneamente en El Correo Español-El Pueblo Vasco y en El Diario Montañés, noviembre 2015 y que transcribimos a este  blog por sugerencia del   autor, al que agradecemos  su colaboración).  


Prof. Dr. Gerardo Castillo Ceballos es natural de Oreña