Sus hermanos: Doroteo Florentino (1888-1935), Marina (1889-), Daniela
Rosario (1894-) y María del Carmen (1902-1979).
Era nieto paterno de José Usamentiaga Fernández (n. 1825 San Martín de
Quevedo (Valle de Iguña), m.) y María Ana García Izquierdo (n. 1818 Oreña, m.
1877 Caborredondo).
Era nieto materno de Manuel Díaz Arroyo (n. 1833 Puente Avíos, m. 1881
Oreña) y María Fernández Calderón (n. 1818 Oreña, m. 1895 Caborredondo).
Sus hermanos: Jesús (1882-1916), Amelia Eleuteria (1885-1968), Ángeles
(1890-1891) y Manuel ().
Era nieta paterna de Manuel Jareda Herrera (n. 1828 Arroyo Santillana del
Mar, m. 1888 Arroyo Santillana del Mar) y Marcelina Pacheco Díaz (n. 1827
Arroyo Santillana del Mar, m. 1903 Arroyo Santillana del Mar).
Era nieta materna de Alejandro Sanchez de la Torre Gómez (n. 1834 Oreña, m.
1890 Caborredondo) y Tomasa Gómez de la Torre García (n. 1820 Oreña, m. 1885
Oreña).
Raíces: Su hijo Manuel estaba casado con Trinidad González
Gutiérrez (1909-1999), prima carnal de mi madre Leonor
Anecdotario:
Valentín Usamentiaga
Jareda escribe en su libro “OREÑA pueblo con mil años”:
“María Sánchez Gómez
Esta mujer, más conocida por tía
María, “La Chata”, heredera directa de los cántabros, nació en Oreña el año
1855.
Era hija de Alejandro Sánchez, “Montoín” y de Tomasa Gómez.
Sólo tuvo un hermano que emigró de niño a América, al poco tiempo, dejó de
escribir y jamás se volvió a saber de él.
Pasó su juventud en el barrio de Caborredondo, a
donde un buen día llegó un arrogante mozo, nacido en Arroyo, a quien su padrino
no se le ocurrió otra cosa que ponerle por nombre en la pila de la Colegiata de
Santillana. “Juan”… Jareda Pacheco. Se enamoraron y contrajeron matrimonio en
la iglesia parroquial de Oreña. De este matrimonio vinieron al Mundo cuatro
hijos: Manuel, Teresa, Eleuteria y Jesús Jareda Sánchez.
Este Juan, que fue mi abuelo, empezó su nueva vida
carreteando y transportando patatas desde Reinosa a Comillas, pero a los once
años de casado, una pulmonía se lo llevó en plena juventud, quedando tía María,
viuda, quien sin desanimarse se hizo cargo del negocio, pasando los años por
esas carreteras de Dios hasta criar los hijos.
Voy a referir algunos detalles de aquella vieja de
temple de acero a quien pocas veces vi sonreír y que usaba siempre un cordel
para dar leña. En uno de los viajes de Reinosa a Comillas, al pasar por la
Turbera (Torres), donde entonces había una o dos casas, se encontró con dos
hombres enmascarados; traía a su hijo
Jesús con ella, que era un niño; los
enmascarados dieron varias pasadas al carro, pero tía María no se quedó en él,
sino que bajó con la ahijada en la mano y salió a la par de las vacas, sin que
ellos la molestaran, pero al otro día se enteró de que estos enmascarados
habían desbalijado un chalet aquella noche, en Torres.
Pasan los años, se casan los hijos y queda con ella
su hija Teresa, casada con Manuel Usamentiaga, que fueron mis padres. En esta
misma casa nacimos todos los hermanos, pero al marchar los dos mayores a
Méjico, quedamos los dos medianos, que éramos los que podíamos dar guerra, mi
hermano Juan (que en paz descanse) y yo.
Una tarde de estas de puro invierno, nos fuimos a
jugar al gran desván que tenía la casa y vimos sobre una viga una cosa rara,
que enseguida pasó de mano en mano. Empezamos a mirarla y sacamos en concreto
que aquello era algo para tapar la cabeza, aunque los ratones habían dado buen
fin del terciopelo que lo adornaba. Cuando ya le habíamos sacudido el polvo y
me tocaba a mi el turno de ponerla, se le ocurrió a tía María asomar al desván
y los cordelazos que yo llevé no se pudieron contar.
A los gritos, llegó mi madre, que como era natural
se plantó, y al preguntarle la causa de aquella paliza, le contestó tía María
que porque teníamos puesta la montera que llevó su padre a donde el rey Prim.
No se me olvidó esta frase, pues nunca oí tuviéramos
un rey que se llamara Prim, pero como del hilo se saca la madeja, saqué en
claro que allá por el año de la regencia de Serrano fue el General Prim Jefe
del Gobierno, hasta quien llegó Alejandro Sánchez, de apodo “Montoin”, con una
misión de deslindes de terrenos, que bien pudieran ser asuntos internos de
Alfoz de Lloredo, pero el llegó a Palacio en abarcas, escarpines, capa y
montera y trajo resuelto el problema.
Recuerdo de niño, estar pescando en las Sopeñas y
muy cerca se bañaban las chicas del pueblo, a pesar de que en aquel tiempo no
se usaban bañadores, sino un camisón que las cubría de pies a pescuezo y al
acercarse a ellas los mozos del pueblo, llamaron a tía María que pasaba junto a
mi, y tan solo con darles una voz salieron los mozos en fila india en dirección
al barrio.
Sobre el año 1929, una noche oyó los gritos de
auxilio que salían de la casa de Virginia Cabrera, “la Cabrita”, que en un
momento nos despertaron a todos; salimos ella y yo los primeros, pues me decía
que se estaba quemando la casa. Yo me adelanté casi dormido, pero al llegar al
corral no vi llamas, pero sí me encontré con un hombre que salía y torcía por
la cambera de casa de Ernesto Luguera, hoy de Rosa Pérez; llegué al portal y
todavía no paraban de dar gritos aquellas mujeres que estaban durmiendo en el
cuarto de abajo, pues el dormitorio o sala no lo usaban cuando estaban ellas
solas. Llegó tía María y todavía les costó abrir la puerta. Imagínense lo que
pasarían aquellas mujeres allí solas,
pero la contestación de tía María al momento, evitó Dios sabe qué. Lo que sí puedo asegurar es que si
en vez de ir yo delante va mi abuela, aquel hombre que yo vi y de quien no hice
caso, no sale de la corralada. Recuerdo que a la media hora ya estaban allí
Olegario, Dora, Quico, Lope y todo el barrio, y lo mejor que ocurrió fue que
aquel hombre saliera huyendo, pues si cae en manos de los que iban llegando, lo
hacen tajadas.
Era tía María una pescadora excepcional, casi
constante en el mar; andaba de piedra en piedra a sus ochenta años, y el camino
del puerto o Braña de Jozcaba lo conocía al dedillo, pues lo pasó muchas veces
para llevar suministro a su padre. Como no fuese ella y tía Fidela García,
esposa de Luis Somohano, no creo yo que muchas mujeres se atreviesen a pasar
aquel camino de lobos.”