"El Padre Gabriel Sortais, General del Cister, en el Monasterio de Viaceli, Cóbreces
Las horas del mundo de las grandes locuras traen también las
de las grandes corduras
Hay un fuerte movimiento hacia el Catolicismo y la vida
contemplativa en Japón y Estados Unidos
La pérdida de la guerra última trajo la detección en la
teocracia sintoísta y en el budismo
Un reportaje de PERTINAX
Mucho y muy bien se ha escrito sobre el Cister y los
cistercienses. Pueril empeño el nuestro en escribir algo más en estas cuartillas
que, diariamente, acuciados por la prisa que apremia, lanzamos al viento de la
publicidad. Han de volar un tiempo efímero. Por eso nos resistimos a intentar
nada serio. Pero… ¡menudas ganas que nos quedas dentro! Porque en nuestra
visita del domingo al Monasterio Cisterciense de Viaceli . Cóbreces, hemos
visto, hemos vivido, algo muy serio. Algo que sobrepasa en importancia y
categoría a todo lo que la banal ligereza periodística toca de continuo.
Nuestro propósito se nos antoja difícil. No vamos a entristecerte con nuestras
líneas. Porque el espíritu nos rebosa confianza y alegría. Vayamos a los
elementos humanos y externos, y nada más.
CUARENTA Y DOS KILÓMETROS, Y UNA DISTANCIA ASTRONÓMICA
Solamente separan Santander de Cóbreces cuarenta y dos kilómetros.
Dicen que las distancias no se miden ahora por kilómetros, sino por las horas
que se tardan en recorrer. De esta forma, tenemos Santander mucho más lejos de
Teruel que de la república de Cuba. Efectivamente. Es un criterio. Pero también
lo es que las distancias, las morales y aún las físicas, no se miden ni por los
kilómetros ni por las horas, sino por la diferencia de ambientes.
Si a alguien le apasiona si Oriente Lejano, la India
misteriosa, o la Indochina arriera e implacable, es solamente por la diferencia
de ambiente que se observan y respiran.
El valor actual de un escritor –léase periodista- lo da el contraste de los
ambientes que copia. Ambientes que deben contrastar con los que diariamente
viven el periodista y sus lectores. Pues bien, en este orden, yo acabo de
hacer, la mañana del domingo, un viaje muy lejano.
Esta distancia astronómica, la cubrimos, el domingo, mi
Director, mi inseparable gemelo reporteril, armado del “flash”, y el que esto
escribe. A ellos, les era muy familiar el ambiente de Viaceli, de Cóbreces. A
mí, no. Y por ello me ha herido mucho más el contraste.
“EL COCHE DE SAN JOSÉ”
Fue el vehículo que nos sirvió para salvar la infinita
distancia.
Es el coche que San José puso a disposición, como atento
regalo del Padre Abad de Viaceli. M.R. Dom María Luis Yagüe. Lo conduce el
cisterciense Padre José Cid.
Insensiblemente, a bordo del “coche de San José”, se han
transformado las conversaciones. Tal cual alusión a la destreza del conductor
incipiente, que sortea con prudente seguridad los vericuetos y encrucijadas del
camino. Pero, nada más, ¡Cóbreces, a la vista! Con la visión de sus tres agujas
disparadas desde las torres al cielo
parecemos haber pasado el Jordán purificador.
Dejamos a un lado la campiña y vegas montañesas que reflejan
los afanes de la vida material y da los sentidos para pasar al Monasterio, este
cenobio de traza airosa y moderna, que encarna la inalterabilidad del espíritu
de sus moradores. Perfecta impasividad ante el rugir de las humanas
impaciencias.
LA MISA CONVENTUAL CISTERCIENSE
Ya estamos sumidos en el silencio del Cister. En su
expresión más profunda, porque al silencio humano le acompaña el suave y
característico contrapunto del hablar de los monjes con Dios, Están en la misa
conventual del Cister. Vestimentas blancas y pardas abiertas en el severo
abanico del coro bajo el dosel adusto de sus bóvedas, apenas se mueven, como
secretamente impulsadas por la marcha de la Santa Misa en el altar mayor.
Habíamos oído misa rezada en Santander. Pero… ¡dichoso espectáculo el de la
conventual del Cister!...
Los compases del canto llano, interpretado al modo de los
códices belgas, sonaban como murmullo suavísimo, firme y preciso; confesión de
fe, pero suave y rumorosa como el latir de una fuente.
Perdón, por la presentación de mi recuerdo. Yo oí, de muy
joven, la grandiosa leyenda wagneriana de “Parsifut”. Mi ánimo tenía en la misa
conventual de la Trapa idénticas reacciones. Salvemos los humanos elementos de
la paganía que mezcla la ópera. Pero los monjes cistercienses, cantando en
gregoriano, se me antojaban los caballeros de Monsalvat, el castillo amurallado
del Pirineo español, custodios, al lado de su rey, del Santo Grial. La
importante riqueza orquestal de la ópera la supera el ambiente.
El ceremonial, hondo, impresionante, severo, acabó por
ganarnos definitivamente. Y nos prestaba la coyuntura de abstraernos de nuestra
verdadera personalidad y nuestra miserable vida, ¡Habíamos salvado la distancia
astronómica entre Santander y Cóbreces!... cuarenta y dos kilómetros, que valen
por cuarenta y dos millones de leguas.
EL SILENCIO DEL CISTER DELEITA Y CONVENCE
Nos da vergüenza usar la frase, pero la piden las
circunstancias. ¿Cuántos millones de veces se habrá dicho que el silencio es
elocuente? Vamos a repetirlo una más. Pero digamos las causas del
convencimiento. El silencio del Cister es elocuente porque deleita y convence.
¿No es elocuencia, al modo de la clásica definición el arte de convencer y
deleitar? Pues el silencio de Viaceli convence y deleita. Convence a los
moradores que con él se abrazan para siempre; convence y enamora a quienes
tratan de abrazarse con él; y también convence a los extraños por ajenos y
reacios que lleguen a conocerlo. Y al convencer, agrada y deleita porque en la
fraticida extática de este silencio encuentran su más alta compensación quienes
a él se dedicaron por entero o los que gustan gozar de él en unas fugaces horas
de los humanos afines. Sé que muchos caballeros Amigos del Cister lloran
efectivamente cuando tras la última “Salve” de la tarde tienen que abandonar
los encantos de aquel silencio. Convence y deleita… luego es elocuente por
derecho propio el silencio de los hijos de San Bernardo.
EL PADRE GENERAL DEL CISTER
Dom Gabriel Sortais fue, un día, apuesto joven parisino que
brilló en sus estudios de arquitecto en la Escuela Superior de París. Parisino
de nacimiento, iba a coronar su brillante ciclo de formación titular, cuando
fue conquistado por la vida activa y contemplativa de los cistercienses y por
el silencio de sus cenobios. Hoy es el Abad Mitrado, reverendísimo Padre Dom
Gabriel Sortais. General de la Orden Cisterciense en el mundo entero. Viene en
viaje de visita a todos los Monasterios y está en Viaceli. Acaba de recorrer los
Monasterios del Japón y los de Estados Unidos.
El propósito periodístico se nos antojaba en principio como
un sacrilegio, ¿Hacer hablar a un trapense?... Pero las primeras palabras de la
conversación han alejado los temores y timideces, irradia una elevación
sobrenatural su persona y fluyen sus palabras precisas, insinuantes. Precisión
y nada más.
Nos habla del movimiento hacia el catolicismo en el Japón.
Es pujante y arrollador en los últimos años. ¿Cifras?... allá van.
-Antes de la guerra última había en Japón 120.000 católicos.
Por efecto de la misma, murieron veinte mil. Solamente en Nagasaki, en 1945,
cuando la bomba atómica, perecieron ocho mil católicos. De cien mil católicos
japoneses al final de las hostilidades, en octubre de 1952, había aumentado el
censo de los católicos a 170.000. Es decir, que en siete años han subido los
católicos en la consoladora proporción de 70.000. Esto nos expresa en números
el renacer del catolicismo japonés de la postguerra con toda su fuerza.
LAS GRANDES LOCURAS Y LAS GRANDES CORDURAS
¿Procedencia de ese aumento de católicos?
-La mayor parte nuevas conversiones. Se han producido en
ritmo de verdadera sorpresa. También contribuye, aunque en pequeña escala, la
proliferación natural de las familias católicas. Pero la fuente principal son
las conversiones de la gente adulta que busca la Verdad.
-¿Causas?
-Pues el tremendo vacío que ha dejado el pueblo japonés la
derrota de la guerra última. El Emperador, majestad divina y descendiente de
los dioses, en la creencia sintoista, ante el acontecimiento definitivo de la
derrota bélica proclamó públicamente, por radios y periódicos, que él no era
Dios. Porque, si lo hubiese sido, no habría perdido la guerra.
Esto ha creado una confusión y vacío muy grandes de la masa
japonesa respecto al Sintoismo y Budismo. Y se produce el movimiento consolador
hacia la verdad católica.
Sigue el Padre Abad General enumerando otras circunstancias,
y nos dice:
-La nueva Constitución que Norteamérica impuso y Japón
aceptó deroga la ley de que ningún católico podría desempeñar cargos públicos.
Aunque en la práctica había sido derogado el precepto en el caso del almirante
Yamamoto y en otros escasísimos y menos significativos. Ahora ha desaparecido
aquel impedimento para profesar el catolicismo todos los japoneses.
LAS LEYES NIPONAS Y SU CONCORDANCIA CON LA CONSTITUCIÓN
-Norteamérica pidió al Emperador, y éste lo ha puesto en
práctica, que nombrase unos magistrados comisionados para poner de acuerdo la
nueva Constitución japonesa con sus leyes tradicionales. Sobre todo en el punto
fundamental de la libertad de la profesión religiosa. Y el actual Emperador ha
nombrado para presidir esa Comisión codificadora y rectificadora, a Tanaka, un insigne Jurista, católico
práctico acendrado.
-¿Florece la vida monástica en el Japón?
-La de los Monasterios cistercienses, de manera
extraordinaria. Lleva un ritmo parecido al de los progresos del Catolicismo. Al
fin de la guerra había en Japón un solo monasterio de religiosas, con sesenta y
cinco monjas. En octubre de 1952, existían tres, una de monjes, con cien religiosos,
y dos de religiosas con doscientas siete monjas. En total 272 religiosos de
ambos sexos.
EL CISTER ATRAE A LOS JAPONESES
-La observancia del Cister atrae profundamente a los
japoneses. Tenemos casos en que los “bonzos”, o monjes “budistas”, ingresan en
nuestra Orden. Y es que encuentran una analogía entre la austera severidad de
su profesión de religiosos budistas y la nuestra.
Como expresión típica de este caso, le contaré que una joven
budista japonesa pidió ser admitida en un monasterio nuestro, cercano a Tokio.
La contestaron que era necesario se instruyese en las verdades de la Religión
católica. Insistió varias veces pidiendo el ingreso en el Cister. Hasta cinco
veces lo intentó. Una mañana, con el paisaje nevado, apareció la joven
sintoísta a la puerta del Monasterio del Cister, asida al tirador y muerta. Se
había suicidado, con el afán de entrar en la Orden y no comprendiendo la
negativa.
EL “ORA ET LABORA” DE SAN BERNARDO, TRADUCIDO A LA EFICACIA
YANQUI
También hay unos giros en la conversación para Norteamérica.
Allí, también, hay un pujante renacer de la vida cisterciense. Al final de
1945, solamente tenían los Estados Unidos tres monasterios con ciento cincuenta
religiosos. Actualmente cuentan con once y con casi mil profesos. Diez son de monjes
y uno de monjas, solamente, en diez años se han fundado nueve cenobios. Y es
que la médula de la vida contemplativa, bajo el tema de San Bernardo “ora et
labora”, reza y trabaja” que preside la actividad y el alma del Cister, ha
entrado muy profundamente en Norteamérica.
Cuando preguntamos al Padre General del Cister la razón, nos
dice:
-En los tiempos de las grandes locuras, se producen también
las grandes “corduras”.
Con la misma facilidad que salvamos la inmensa distancia del
abismo que existe entre Santander y Cóbreces, regresamos de Cóbreces a
Santander. ¡Tremendo contraste! Cuando llegamos a nuestra ciudad, al filo de
las siete y media del domingo, las multitudes se apelotonan a la puerta de los
cines y dentro de los bares… PERTINAX"
(Diario Montañés 04.05.1954)