La Leyenda de la Cueva Cualventi
Por Valentín Usamentiaga Jareda (1969)
2ª parte
LA CIGÜEÑA LLEGA A PIGÜEZO
Mucho tiempo había pasado desde los acontecimientos de Cualventi y la paz era completa en el valle. Una noche llegó Salce a Cubías para dar una noticia a sus padres. Colva se encontraba mal y esperaban un descendiente. Mandó Tía Cellisca a Salce que fuera a buscar a Tía
Almora y acompañado por Vendaval
que ya estaba con sus padres en la cueva de Hoyos, salieron para Cubías,
desde donde fueron Tía Cellisca, Tía Almora, Salce y Vendaval hacia Pigüezo, donde con mucho trabajo
subieron con ayuda de estos a la cueva. Allí permanecieron las mujeres al
cuidado de Colva hasta que esta trajo
al mundo un niño extraordinario comparado con los demás. Su apariencia era la
de un ser gigante, se crió con buena salud poniéndole por nombre León. Al cabo de los años, cada uno que
cumplía coincidía con la salida de las crías de cuervo que había a dos metros
de altura por encima de la cueva.
Salce,
cada vez que las crías de cuervo desaparecían, subía una bola del mar y la
almacenaba en un rincón de la entrada de la cueva. Vendaval y Salce habían
organizado una salida de caza y salieron de mañana, quedando sola Colva con León en la cueva. Era mediodía cuando Colva se disponía a preparar la comida, encaramose León por una de las paredes de la cueva
en busca de una piel de zorro que tenía Salce
curtiendo en lo alto dejando ver el rabo de ésta y, cuando fue a cogerla,
resbaló y tuvo una aparatosa caída rodando de piedra en piedra hasta caer al
fondo de la cueva donde hay dos pequeños lagos que gracias a estos pudo salvar
la vida.
No pudo evitar que en la caída rozara con un
saliente de la piedra y se hiciese una enorme brecha en la frente. A los gritos
de León llegó Colva que al sacarle con todo el rostro ensangretado se asustó y
empezó a gritar, pero nadie la podía oír, ni ella podía salir por sí sola. No
sabía qué hacer, pues León sangraba
mucho, de momento pensó taparle la brecha con la piel de un topo y sujetándola
con unas juncias logró que dejara de sangrar. León estaba sin conocimiento y así quedó hasta el anochecer que
llegaron Salce y Vendaval. Al oírles, Colva,
salió dando gritos, subiendo los hombres en un momento y al ver a León quedaron impresionados.
Salce
mandó a Vendaval que fuese a Cubías donde sus padres y les contara
el caso para que vinieran enseguida, cosa que así hicieron y, antes, entre Salce y Vendaval le subieron a la cueva.
Tío
Sabiedes, al darse cuenta de la gravedad de su nieto, le dio a Vendaval estas instrucciones:
-vete ahora a Cualventi, vas a saludar a Tío Búho y Tía Nietova contándoles lo ocurrido, sin que nadie sepa nada de lo
que ocurre y ellos sabrán lo que hay que hacer-.
Así lo hizo Vendaval y al llegar a Cualventi,
fue directamente al apartado de los brujos y éstos al verle adivinaron que algo
grave ocurría. Se lo contó Vendaval
el caso y Tío Búho dijo: -Serénate
que nadie se dé cuenta, que ahora voy a solucionarlo-.
Salió el brujo y fue donde Tío Congrio y Tía Arnica diciéndoles: -Tengo aquí a Vendaval a hacerme una visita. Vamos a ver –le dijo a Tía Arnica-.
Salieron los tres al reservado del brujo
donde saludaron a Vendaval y al
preguntarle por Tío Alicuerno y Tía Almora se adelantó Tío Búho y les dijo: -Creo que anda mal de
una caída pues se hizo una brecha en la cabeza bastante grave.
El Tío
Congrio dijo que irían enseguida a curarle pero se opuso el brujo
haciéndole ver lo que ocurriría con Tío
Cualventi al enterarse.
-Lo que puedes hacer es que les des tus
medicinas y le cures como tu le mandes-.
Los remedios de Tío Congrio y Tía Arnica
así se hicieron y Tío Congrio vino al
momento con dos cuernos de toro el uno con ungüento de ortigas –que consistía
en ortigas machacadas con sebo de lagarto-, pero antes, tenía que lavarle la
herida con agua de nogal y piel de erizo de castañas pilongas que contenía el
otro cuerno y le taparan la herida con el filtro que tienen las cañas en los
nudos, tapándola después con pieles de topos.
Vendaval
dio las gracias a todos y se despidió de muchos habitantes de la cueva y ya,
cuando no les vio empezó a correr y al poco llegó a Pigüezo.
Subió a la cueva y allí estaba León sin conocimiento todavía. Vendaval hizo las curas tal como le
mandó Tío Congrio, al lavarle la
herida se horrorizaron de lo terrible que era. Después de curado lo acostaron
cerca de la lumbre y allí quedó rodeado de sus padres y abuelos. Vendaval fue a su cueva de las Ojáncanas a comunicarle a Tío Alicuerno y Tía Almora lo que pasaba y ya de noche salieron los tres para Pigüezo donde pasaron la noche con los
familiares. Hasta el mediodía del día siguiente no empezó a recobrar el
conocimiento León quien rompió a
llorar dando fuertes gritos.
Aquel día se quedaron allí todos y al
anochecer ya daba claros síntomas de mejoría León y, Tío Alicuerno y Tía Almora abandonaron la cueva para
marcharse a la suya acompañándoles Vendaval,
regresando luego, ya que las curas corrían a su cargo y seguiría las
instrucciones del curandero al pié de la letra.
Al día siguiente León tenía mucha fiebre, esto les inquietó mucho y Vendaval, sin mediar palabra, salió de
la cueva dirigiéndose a Cualventy de nuevo.
Fue en busca del brujo y le contó lo que
pasaba.
Este fue donde Tío Congrio diciéndole qué pasaba y le contestó lo siguiente: -al
llegar le ponéis una hoja de lechuga debajo del sobaco izquierdo. Si al rato se
pone negra y se encoge le dais caldo de setas y a continuación leche de cabra-.
Con estas instrucciones salió Vendaval para la cueva e hizo todo
cuanto mandó el curandero y, efectivamente la hoja de lechuga casi desapareció
en un momento, le dieron enseguida el caldo de setas y a continuación la leche,
luego se quedó dormido.
Cuando se despertó se sentía mucho mejor y
en unos días ya estaba casi bien, no así la herida que tardó mucho tiempo en
cicatrizar.
El Tío
Cualventi pasaba los días meditabundo y cabizbajo. Sus fueros habían
desaparecido y Tía Costala en un
moscón que de una manera permanente le repetía siempre lo mismo: -por tu culpa,
por tu culpa estoy sola…
¡Cuánto hubiese dado el Tío Cualventi por saber todo lo que los brujos y algunos más
sabían! Pero en muchos años no pudo saber nada. Para él Colva y Salce habían
desaparecido para siempre. Poco sabía él que Salce lo veía casi todos los días.
La Tía
Cotorra no cesaba de viajar y hacer visitas a Hoyos y Cubías, pero
jamás pudo ver algún indicio de esperanza con que aliviar a Tía Costala y Tío Cualventi.
Fue en busca del brujo y le contó lo que
pasaba.
LEÓN
DA SEÑALES DE VIDA
Pasaron unos años y León todos los días se practicaba en el manejo del arco y la lanza,
debajo de la enorme visera que tiene la lastra de Pigüezo, bajo la dirección de Salce.
Ya, llegó al extremo de poner la flecha donde ponía la vista de sus ojos y
algún tiempo después ya salía de caza solo.
Tuvo grandes encuentros con las fieras pero,
su enorme corpulencia y su habilidad le sacaba siempre adelante. Varias veces
vio a los hombres de Cualventi, pero
se escondía y ellos no le vieron nunca; así es que él no conoció a ningún hombre
de la tribu de su abuelo aunque ya sentía curiosidad por conocerlos.
LAS GRANDES MAREAS
Llegó la primavera, era una mañana hermosa y
el mar había dejado al descubierto sus mejores mariscos que él acostumbraba
recoger por la noche. Estaba el mar un poco picado del nordeste y León contemplaba desde la puerta de su
cueva el hermoso espectáculo. En esto, cayó una pequeña china a su vera, miró
hacia arriba y vió que había sido el cuervo al estirar el ala pues estaba cerca
el nido, disfrutando de un merecido descanso después de traerle la comida a su
compañera la cuerva quien estaba clueca en el nido. Distraído estaba y fue a
posar su vista sobre una pila de bolas del mar que en el recodo estaban
apiladas. Se fue hacia ellas y púsose a contarlas. El ya sabía qué querían
decir, eran dieciséis y cuando la cuerva se levantara del nido y salieran los
polluelos serían diecisiete las piedras almacenadas y por tanto León cumpliría diecisiete años.
Seguía allí pensando esto cuando se desvió
hacia un lado, pues en el puntal de Sacamijo,
frente por frente había tres hombres mariscando. Les contempló un rato. De
pronto, al hacer fuerza para extraer un marisco se rompió el sílex y cayó uno
de ellos al agua. León que lo estaba
viendo sin pensarlo saltó de la cueva bajando unos pasos y se lanzó al agua
para reaparecer a flote con el hombre a su espalda. Nadó más de ochenta metros
hasta salir a la lastra de Sacamijo,
cogió a aquel hombre y lo llevó hasta la braña. Dejole en el suelo boca abajo
dándole unas friegas y volvió en sí, al tiempo que al verle la cara de su
salvador y observar su gran cicatriz reaccinó asustado y quiso ponerse en pié
al tiempo que llegaron los dos hombres que le acompañaron. Lo primero que
vieron fue un gigante con una enorme cicatriz en la frente, pero no les dió
tiempo a ignorar un solo detalle excepto la cicatriz, pues León al verles
llegar desapareció y en unos segundos llegó a la cueva y contoles a sus padres
lo ocurrido.
Los dos hombres que acompañaban a Tío Cualventi eran Patas Cortas y el Tío Roca,
los cuales asustados cogieron por los brazos a Tio Cualventi y salieron para la cueva. No cambiaron palabra en
todo el camino pero en sus caras conoció la tribu que algo había ocurrido.
Llevaron a Tío Cualventi a su
interior y le acostaron.
Tío
Congrio mandó a Tía Costala que
le diese una toma de caldo de pato marino y no le molestasen.
La noticia pasó de boca en boca por todos
los habitantes de la tribu, pero Patas
Cortas contaba el accidente como cosa fantástica y al mencionar al gigante
salvador lo hacían con tan serio semblante que todos cogieron miedo.
Tío
Cualventi, tuvo aquella noche un sueño fantástico, vió animales
prehistóricos desconocidos y cuando estaba en el agua, unos monstruos y un
enorme pulpo que con sus tentáculos le iban a agarrar cuando se vió suspendido
por una fuerza invisible y ya no vió más. Cuando quiso reaccionar se vió en la
braña ante un gigante con una cicatriz en la frente y desapareció. Pero el Tío Cualventi tenía una gran
intranquilidad y por su cabeza le pasaban las más diversas ideas: unas veces
pensaba que el hombre de la cicatriz era la maldición de la tribu; otras,
pensaba lo contrario y así era, pues, si hubiese obrado de mala fe no se vería
de nuevo en la tribu, sino al contrario, estaría en el fondo del mar.
Pasó el día bastante tranquilo el Tío Cualventi, más apenas pudo dormir,
y, al amanecer, llamó a Gamo y le
dijo: -Vas a correr todas las tribus de los contornos y preguntas quién es el
gigante de la cicatriz en la frente, y si le encuentras le traes aquí; para
ello le darás antes las gracias, invitándole en nombre de la tribu-.
Así lo hizo Gamo y contestole que en ninguna tribu se encontraba el hombre de
la cicatriz. Esto puso aún más pensativo al jefe de la tribu pero no sólo a él,
también al resto de la tribu, a excepción de los pocos que le conocían. Estos
lo explotaban bien, pues cuando les convenía le pintaban como un vengador
terrible y en ocasiones como el salvador de la tribu.
REAPARECE EL GIGANTE DE LA CICATRIZ
Bastante tiempo llevaba la tribu en paz, no
había carne en la tribu y Tío Cualventi
organizó una partida de caza: saldrían al amanecer y prepararían una emboscada
a las fieras en la fuente de las Pilas.
Habían ocupado los puestos clave y así aguardaron unas horas, empezaron a oír
ruido y las roturas de ramas, zarzas y todo lo que encontraban a su paso. Era
un grupo de bisontes jóvenes que venían a saciar su sed, estos, unos metros
antes de llegar al agua olieron a los hombres de Cualventi y sin separarse tomaron rumbo de Balcao.
La partida salió tras ellos y Tío Almendro que relevó a Tío Acebo, mandó que los fueran cercando
hacia el fondo de Balcao junto a las Vigirrías y con grandes voces lo
consiguieron tomando todos los puntos de las alturas desde donde podían
dominarlos.
León también había salido aquella mañana de
su cueva y había pasado muy cerca de Cualventi,
pues quería conocer a la tribu sin que ellos le vieran y al llegar al Caracolero se sentó a descansar y beber
agua. Al salir de la cueva empezó a oír voces y al darse cuenta de lo que
ocurría siguió a las Vigirrías y se subió a un enorme roble desde donde seguía toda
la maniobra que dirigía Tío Almendro.
Estaba pensando que la maniobra que hacía
era la misma que unos días antes hicieran Vendaval
y él, según las órdenes que le daba su padre. Debajo de él se habían situado
dos hombres a uno le reconoció pues acompañaba a aquel hombre que un día sacó
del mar en Sacamijo. Era Patas Cortas; León allí estuvo sin moverse vigilando la maniobra hasta que
metieron a los bisontes en el recodo del Oeste.
Ya salieron los hombres con sus arcos pues
los tenían cercados y empezaron a lanzar flechas; los animales no caían a
tierra, sus heridas los enfurecían de tal manera que empezaron a hacerles
frente y ya rodaban por el suelo hombres y bisontes.
La sangre de aquellos animales brotaba por
todo el cuerpo, también manaba de algunos rostros de los hombres. Dos bisontes
ya estaban tendidos en tierra pero quedaban tres que se habían vuelto locos.
Los dos hombres que antes estaban debajo de León se veían ahora bajo los cascos
de una de las fieras que les acometían sin compasión. Auxilio pedían a sus
compañeros, pero estos, se veían en igual trance al tener que desembarazarse de
los que les acometían a ellos.
León,
que hasta ahora permanecía inmóvil, al ver la muerte segura de aquellos hombres
se arrojó desde lo alto lanza en mano y fue a caer encima de un bisonte que
rodó por tierra y, cuando trató de levantarse, este ya no pudo hacerlo pues su
lomo estaba atravesado por la lanza de León.
Sacó la lanza León del cuerpo del
bisonte y dirigiose hacia donde estaba el otro grupo que se veían perdidos.
Estas fieras estaban de espaldas y él dió tal lanzazo al primero que le
traspasó el corazón al tiempo que lanzaba un terrible mugido y rodó por tierra.
Se fue hacia los dos que quedaban y repitió la misma operación, dejando en
tierra a uno de ellos malherido. A los mugidos que pegaba este, el último salió
corriendo a gran velocidad y León,
cansado se quedó en pié un rato sobre la lanza.
Los hombres de Cualventi no huyeron, aunque no pudieron hacerlo pues todos estaban
malheridos. Todos tenían los ojos clavados en aquel gigante que tan
providencialmente les había librado de una muerte segura.
León
respiró fuerte, echó una mirada alrededor y salió corriendo después de recoger
su arco dirigiéndose al Virdio,
subió a lo alto y empezó a dar gritos de auxilio en dirección a Cualventi.
La primera en oir los gritos fue la Tía Cotorra que puso en pié a toda la
tribu y el Tío Cualventi salió con
todos los hombres que allí había y al llegar a Virdio no había nadie, pero, mandó a los hombres que se desplegaran
y los primeros siguieron la dirección de Vigirrías,
oyeron los lamentos antes de ver a los heridos. Cuando llegaron y vieron el
espectáculo no sabían a qué atender. Dieron gritos y, al momento llegó el resto
de la tribu con Tío Cualventi al
frente.
Tío
Congrio y Tía Arnica comenzaron a
curar a los heridos, se agotaron todos los cuernos que contenían las medicinas.
El que mejor había salido de la matanza era Patas
Cortas quien contó lo ocurrido y si hasta ese momento aquellos hombres allí
caídos habíanles considerados héroes, esto duró muy poco. Cuando Patas Cortas refirió que gracias al
gigante de la cicatriz habían salvado la vida, todos se quedaron sin
respiración por el momento y sobre todo, Tío
Cualventi, que permaneció mudo por mucho tiempo.
Por fin reaccionó y mandó cargar con los
heridos pero el que se encontraba mal era Tío
Almendro para quien hubo que cortar dos ramas y unas veligarzas,
improvisaron una camilla y entre dos, relevándose, pudieron llegar todos a la
cueva.
Algunos días después, ya los hombres estaban
en franca mejoría y con ello dio comienzo las conversaciones que todas giraban
en la misma persona EL GIGANTE a quien la tribu le consideraba su dios.
Tío
Cualventi oyó todas estas pláticas con las cuales, después no dormía y
pasábase las noches discutiendo con Tía
Costala. Tío Cualventi veía en
estos casos una maldición y Tía Costala,
por el contrario, que era un hombre a quien la providencia mandaba salvar a la
tribu cuando se encontraba en peligro.
¿Quién sería ese gigante? Decía Tía Costala.
Si ella hubiese sabido que era su nieto, el
hijo de Colva que ella no dejaba de
llorar, creyéndola desaparecida …
Tía
Cotorra, llegó a hablar con Tía
Costala y comentando lo ocurrido, los más fantásticos pensamientos le
venían a la cabeza. Así charlaban las dos mujeres hasta que llegó Tío Cualventi y mandó a Tía Cotorra a su aposento.
León
llegó a Pigüezo y contó a sus padres
lo ocurrido, estos se impresionaron mucho pues no sabían si entre los heridos
graves estaba su padre, al cual León
no conocía, pero, comentando esto llegó Vendaval
al cual mandó Salce fuese a Cualventi a enterarse sin que estos no
sospechasen nada. Así lo hizo y al llegar, se fue directamente donde el brujo y
este le contó cómo estaban los heridos.
El peor de ellos estaba Tío Almendro y creían que no tenía gravedad. Mucho se rieron Tío Búho y Vendaval con los comentarios del gigante, que estos eran con Tía Nietova los únicos de la cueva que
le conocían y sabían donde estaba. Regresó Vendaval
a Pigüezo y refirió a Salce y Colva todo, pues el Tío
Cualventi no estaba en la cacería y nada le había ocurrido.
El Tío
Hurón y Tía Alisa tuvieron que
hacer dos cestos más, pues los que había en la tribu no bastaban para ir a Cabezón a buscar sal. Hizo falta una
gran cantidad para salar los cuatro bisontes, a pesar de que parte de la carne
también se ahumó pues la gruta última de la izquierda de la cueva que habitaban
para salar, nunca se había visto tan repleta de carne como en aquella ocasión.
Ahora la tribu tenía cubierta sus necesidades de carne para mucho tiempo.
EN LO QUE PARÓ
EL DRAMA DE CUALVENTI
Una terrible tormenta con agua y temporal
azotaba la comarca, los árboles arrancados, las ramas rotas y los caminos
inundados eran el resultado de la tormenta. Tío
Cualventi, viejo y achacoso no dormía, le pasaban muchas cosas por la
cabeza, sería la medianoche cuando salió una voz de la cueva que decía:
Mañana mismo, mañana mismo …
Tío
Cualventi deliraba, Tía Costala
asustada agarró a Tío Cualventi y
preguntó que le pasaba, este no contestó nada.
Al amanecer salió de la cueva sin decir nada,
siguió el río y llegó a Rodero.
Allí, tenía cortado el paso por una enorme alisa arrancada de cuajo que le
cruzaba el camino. Tío Cualventi
calzaba mocasines de piel de toro confeccionados por Tío Sabiedes y Tía Cellisca.
Tío
Cualventi, tenía la cabeza metida en la cueva de Cubías; quería volverá tener relaciones con Tío Sabiedes y Tía Cellisca y desde allí iría
a Hoyos, a las cuevas de las Ojáncanas y haría las paces con los
que allí vivían.
Miró la forma de pasar por encima de la alisa
pero era difícil, por fin lo intentó y cuando estaba en lo alto resbaló con los
mocasines dando una caída aparatosa, quedando sin conocimiento.
También León
después de comer salió para Hoyos
por encargo de sus padres para ver cómo habían salido Tío Alicuerno, Tía Almora
y los demás de aquella tan peligrosa tormenta. Cubías era un mar de agua y tenía que llegarse a Rodero y por una gran alisa con una
rama larga, solía saltar el río, pero, unos metros antes, ya vió que la alisa
estaba en el suelo. Llegó hasta ella y quedóse cortado, a sus pies había un
hombre al parecer muerto y sangrando por la cara. Examinole y vió que era un
viejo, cargó con él llevándole a Cubías.
Ya estaba cerca cuando aquel hombre volvió en sí, le sentó en el suelo, pero
este al ver a León quiso reaccionar y
perdió otra vez el conocimiento. Volvió nuevamente a cargar con él hasta la
cueva del Tío Sabiedes y Tía Cellisca, estos se aterrorizaron
pero el ver que era el Tío Cualventi
mandaron a León por Salce y Colva los cuales llegaron enseguida.
Cambiaron de pieles a Tío Cualventi, le acostaron y diéronle una toma de caldo de
gaviota, Colva temblaba de emoción y Salce tenía miedo, no así León que presenciaba la escena con
absoluta tranquilidad.
Fue volviendo en sí Tío Cualventi y al abrir los ojos lo primero que vió fue a una
mujer que tenía un gran parecido a su hija, se sentó y dijo: -Tú, ¿Quién eres?
Colva
no contestó, se abrazó a su padre llorando al tiempo que Tío Cualventi rompió a llorar dando gritos y llamando a todos los
que echara de la cueva, pues, teniendo a parte de ellos no les veía, pues
estaba ciego de emoción.
Calma, calma, -Le dijo Tío Sabiedes-.
Pero, ahora tenía abrazada a su hija y no se
desprendía de ella. Fuéronle calmando y por fin, sereno, llamó a Salce, le pidió perdón y abrazó a León, diciendo: -Este es mi nieto, este
es mi nieto. No me digáis que no-.
León
abrazó a su abuelo y le dijo: -Sí. Yo soy su nieto, el hijo de Salce y Colva.
En una hora, al Tío Cualventi se le habían quitado veinte años de encima y con gran
tranquilidad llamó a su nieto y dijo: -Vas a la tribu donde tu abuela,
preguntas por ella y le dices que prepare una fiesta, la mayor que se haya dado
en la cueva-.
Así se hizo, emprendió la marcha y al llegar
a la alisa de Rodero y dar el salto
se encontró con una mujer que al verle salió dando gritos, esta mujer, no era
otra que Tía Urraca que iba a fisgar
a Cubías, como de costumbre y nunca
pudo encontrarse con el gigante de la cicatriz.
Siguió León
y muy cerca de la cueva iban dos mujeres con un gran cántaro de barro lleno de
agua, al darles alcance León, pegaron
un grito, soltaron el cántaro, este, se rompió y ellas se perdieron en la
espesura del bosque.
No hizo caso León y siguió hasta llegar a la terraza, encontrose con una
veintena de hombres que acudieron a los gritos de Tía Lagarta y Tía Villería,
pero, al encontrarse con León dieron
marcha atrás y se perdieron, lo mismo hicieron los demás, las mujeres se
metieron en la cueva y solo ante esta se encontró León. Este no veía a nadie y por fin se decidió a llamar a Tía Costala, volvió a llamar y por fin,
salió con mucho recato y al verle dijo ella: -Tu ¿quién eres?.
Soy León,
el hijo de Salce y Colva, que me manda aquí mi abuelo a
decirle a usted que prepare la mejor fiesta que se haya dado en la cueva.
Mi nie… y se desmayó Tía Costala. Levantola León
y siguió dando gritos: -Mi nieto … mi nieto y abrazada a León, fueron viniendo hombres y mujeres, todos contemplaban a León como a un dios.
Tía
Costala le acosaba a preguntas: -¿Dónde está Colva? ¿Dónde?
Ya viene –contestó su nieto-.
-Pero, ¿viene Colva?-.
-Claro que sí, está con mi abuelo y todos
vienen para acá-.
Tía
Costala mandó organizar una gran fiesta, todo era alegría más cuando llegó Tío Cualventi y Tío Sabiedes con los demás, aquello era apoteósico, sobre todo
cuando Colva se abrazó a su madre,
esta la creía muerta hacía muchos años. Así estuvieron hasta que Tío Cualventi dió una voz y mandó buscar
a Tío Alicuerno y los demás
habitantes de las Ojáncanas en Hoyos que habían habitado años atrás en
la cueva de Cualventi. Estos
acudieron allí, todo eran abrazos y alegría en la tribu que durante muchos años
estuvo perseguida por la desgracia.
La alegría era completa en Cualventi, todos los días eran fiestas,
la comida no les preocupaba tenían carne para bastante tiempo y pan para todo
el año, pues la cosecha de castañas, bellotas, avellanas y hayuco había sido extraordinaria
que solamente traían algunos mariscos para variar la comida en la tribu.
Mucho tiempo tardaron en deshacerse los
corrillos comentando las aventuras desde que apareció el gigante de la cicatriz
al que todos tenían pánico y resultara ser el hijo de Colva, y, por tanto, nieto de Tío
Cualventi.
Amanecía en Cualventi, el Tío Grajo
salió con un enorme caracol y comenzó a dar bocinazos de atención, la tribu
quedó toda reunida, algo importante ocurría en la cueva pues solo en estos
casos Tío Grajo el Jorobado, hacía uso del enorme caracol.
Reinaba un silencio sepulcral cuando
apareció Tío Cualventi seguido de Tía Costala vestido con sus mejores
pieles, tomó la palabra y se dirigió a la tribu en estos términos:
-Yo, ya soy muy viejo y la tribu es muy
numerosa y necesita de un jefe valeroso y joven, y que la providencia le había
puesto en la tribu para seguir al mando de ella- No dejaron que continuara y
todos empezaron a gritar ¡¡León!!, ¡¡León!!. Tuvo que hacerse uso del
caracol el Tío Grajo para que
callasen, y Tío Cualventi, muy
orgulloso les dijo: -Desde este momento ese es el jefe de Cualventi, y todos le seguiremos a donde el nos mande.
Tío
Búho y Tía Nietova con sus
grandes pieles de oso y dos enormes culebras disecadas en collares, formaban el
tribunal, a sus pies una enorme lumbre con leña de laurel y cuernos de ciervo.
Frente a ellos estaba León cubierto
de una piel de cebra, un collar de dientes de tiburón y un gorro de piel de
topo, allí estaba en posición firme con su enorme lanza en la mano, por el
centro desfiló toda la tribu besándole los piés, al tiempo que el Tio Búho con una hoja de capaza los iba
rociando con el humo de la hoguera, terminada la ceremonia la tribu tuvo muchos
días de fiesta y cuando esto escuchaba el Tío
Luna se oyeron voces y la voz del espíritu de Cualventi se apagó.”
Se levantó Tío Luna y vió a los vecinos de Oreña que venían a buscarle pues era
medianoche y el rebaño no había llegado al pueblo.
Se enfadó mucho el Tío Luna que extasiado había pasado varias horas escuchando y, al
llegar los vecinos tuvo que darles una explicación, pero los vecinos tomaron tanto interés que
encendieron la lumbre y allí amaneció, escuchando de boca de Tío Luna lo que el espíritu de Cualventi contara, y gracias a esto,
podemos saber algo de los hombres antiguos que vivieron en la cueva de Cualventi de Oreña.
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