viernes, 5 de enero de 2024

Antonio Niceas, un capellán distinto

 

El cura don Antonio Niceas

Antonio Niceas, un capellán distinto

Antonio Niceas, capellán de las Clarisas de Santillana, creador del Museo Diocesano y de tantas otras cosas, se fue sin despedirse. A todos sus amigos nos hubiese consolado bastante sentirle consciente a nuestro último adiós, pero se marchó en el silencio abandonado de la noche, tal vez enlazando el sueño con la gloria. Entusiasta de los rituales solemnes, lleno de vitalidad barroca -seguramente por convencimiento de que la muerte dormía constantemente a su lado-, Antonio se apagó en la paz absoluta de la inconsciencia haciendo facilísimo el tránsito en una habitación en donde en aquel momento, estoy seguro, se aproximaron los planos terrenal y celeste como en un cuadro del Greco.

Antonio Niceas arrastró durante toda la vida una carga de humanidad superior a sus mismas fuerzas. Podríamos decir, parodiando a Nietzsche, que fue “humano, demasiado humano”, lo que le hizo vivir apasionadamente tanto las alegrías como las que él creyó lamentables decepciones. Inclinado siempre a lo superlativo, era también una máquina de ideas, de invenciones y de proyectos que inmediatamente ponía en camino de realización, no importándole si para conseguirlos había de saltar precipicios, escalar montañas o, lo que siempre resulta más difícil, conmover corazones. Y así sólo él pudo hacer lo que hizo, luchando, como don Quijote, contra molinos, leones, yangüeses y hasta cuadrilleros de la Santa Hermandad, porque fue en algunos casos difícilmente comprendido y mucho menos tolerado.

La segura creencia de que sus empresas (donde van sumados lo religioso y lo social) eran digna justificación a una vida hizo que en ellas pujase la limpia tozudez de quien se entrega sin ninguna aspiración egoística. Don Antonio vivió siempre mucho más en los demás que en sí mismo, se acercó al que sufría, aconsejó al indeciso, consoló al afligido y, en general, cargó de esperanzas y de alivios muchas mochilas de desorientados. Yendo mucho más allá de sus obligaciones sacerdotales. Antonio Niceas pulsó e impulsó vidas, haciendo que algunas pudieran sentirse legitimadas. Ferozmente sincero, con una sinceridad irrepetible en su ámbito, don Antonio descarnaba las cosas hasta hacerlas sangrantes y rechazaba todo lo que intentase velar o desfigurar la realidad de los temperamentos y, aunque en caridad les atendía, nunca aceptó a quienes oscurecían la triste verdad de un espíritu mezquino.

Aparte su excepcional temperamento como persona, los montañeses le debemos (a él solo, sin pegadizos oportunistas) la salvación de gran parte de nuestro patrimonio artístico y documental, que, de no haber sido recogido por don Antonio, hoy hubiera permanecido oculto o destruido, cuando no pignorado o emigrado al mercado de antigüedades. Testigo fui, en su día, de lotes de imágenes que estaban ya puestas a la venta o de legajos arrumbados y enmohecidos en muchas sacristías o trasteras, que se salvaron por el tesón y la insistencia (que a veces fue incluso calificada de autoritaria) del capellán de las Clarisas de Santillana. El Museo de Imaginería Popular, hoy orgullo de Cantabria y constancia material de una cultura, fue la “niña de sus ojos”, a la que dedicó gran parte de su vida. Luego vino el taller de restauración, la catalogación de los bienes artísticos de la iglesia, el montaje de un archivo con todas las instalaciones pertinentes ….

Es bien cierto -si queremos no pasar por olvidadizos en la valoración de aquellos que, de verdad, hayan hecho algo por nuestra región- que la muerte de Antonio Niceas no debe despacharse con una simple notificación periodística más o menos elogiosa. Su trabajo, su empeño constante, su entrega en beneficio de una sociedad tantas veces sorda o tantas veces indiferente, merecen permanente recuerdo y, sobre todo, la continuidad y preservación de todas sus creaciones. Sería el mejor pago a esa enorme ilusión que en favor de nuestro patrimonio artístico regional supo entregar un hombre en tantas cosas excepcional.

M.A. GARCÍA GUINEA

DM/ Domingo, 8 de junio de 1986


 Cientos de personas , la mayoría vecinos de Santillana, y gentes llegadas de toda la región asistieron ayer al entierro y funeral de don Antonio Niceas (Foto Fernández Escalante)

Fue un sacerdote entregado a la salvación del patrimonio cultural y artístico de Cantabria


Cientos de personas despidieron a Antonio Niceas, fundador del museo diocesano

Emilio RENERO


A los 58 años de edad falleció en la tarde del lunes, en el Convento Regina Coeli de Santillana del Mar, don Antonio Niceas Martínez Gutiérrez, capellán de las monjas clarisas, y fundador del Taller de Restauración, y artífice del Museo diocesano. No podía ser menos como corresponde a un hombre que se encargó de alertar sobre los peligros de deterioro y desaparición de innumerables muestras de arte de nuestra región, que finalmente fueron salvadas y restauradas gracias a este sacerdote enamorado del arte”.

Ayer, tarde, el fundador del Museo Diocesano fue enterrado en Santillana del Mar, tras un funeral celebrado en la iglesia del monasterio “Regina Coeli” actos fúnebres a los que asistió un elevado número de personas.

Aunque en el año 1979, llegó a Santillana del Mar, como capellán de las monjas clarisas del Convento de Regina Coeli, Antonio Niceas era natural de Reinosa donde había nacido en 1928, Realizó sus primeros estudios en el Colegio San José, para con posterioridad y una vez decidida su vocación sacerdotal, efectuar sus estudios teológicos en Corbán y fue ordenado sacerdote por el entonces obispo de Santander Eguino y Trecu en 1954.

Una vez llegado a Santillana, fundó el Museo Diocesano, que en la actualidad pasa por ser uno de los mejores de España. Una labor de seguimiento y restauración en la que no solamente el propio Antonio Niceas tomó parte, sino que las propias monjas aprendieron las técnicas de restauración, realizando trabajos realmente admirables.

En este Museo Diocesano, se encuentran en la actualidad muchas obras de la imaginería religiosa de Cantabria, así como más de siete mil volúmenes de actas de bautismo, sin olvidar un archivo fotográfico con la correspondiente documentación gráfica de todos los monumentos más importantes de Cantabria.

Sin embargo y al margen de sus grandes esfuerzos en defensa de nuestro patrimonio artístico-cultural, -trabajo que le valió el ser nombrado “Personalidad Montañesa del Año” en 1975, a cargo del Ateneo de Santander-, Antonio Niceas fue el precursor de la famosa Cabalgata de Santillana, representada como un auto sacramental.

De interés humano y artístico

Para Enrique Campuzano actual director del Museo diocesano, y perfecto conocedor del fallecido, la muerte de Antonio Niceas “no representa solo la pérdida de un compañero, sino también la de un amigo”. No en vano han sido muchos años de contacto y camaradería en una empresa común, cual ha sido la dedicada a restauración y protección de obras y monumentos religiosos.

Enrique Campuzano, su sucesor, valora en dos aspectos fundamentales la vida y la obra de Antonio Niceas. “Fue un hombre con un gran interés por el arte, que recorrió todos los pueblos de nuestra región en busca de esas obras que amenazaban peligro de desaparición, para salvaguardarlas y clasificarlas. Hoy en día en todos los pueblos la gente sabe lo que tiene y cuál es su valor, gracias a esta labor de Antonio Niceas-

Es digno de resaltar el interés por el arte ya lo había demostrado mucho antes de fundar el Museo Diocesano. “Ya en el año 1961, posibilitó algunas exposiciones de arte abstracto y una de carácter antológico perteneciente a Riancho, al tiempo que igualmente realizó exposiciones de fotografías pertenecientes a artistas regionales”. Según el mismo Enrique Campuzano, el lado humano y sacerdotal de Antonio Niceas también quedó reflejado siempre. “Era un hombre de un gran ingenio, y un humor muy acusado. Amable con todo el mundo, este rasgo de su carácter fue “aprovechado” y conocido por muchos artistas que incluso venían desde Santander después de realizar algún trabajo o exposición, para charlar con él en un tono amigable, cordial y distendido”

La casa de Antonio Niceas siempre estuvo abierta a todo el mundo que le pidió colaboración. Esta virtudes también las desarrolló en su actividad pastoral, tal y como lo manifiesta el actual director del Museo Diocesano, Enrique Campuzano.

A las cinco de la tarde de ayer, el obispo de la diócesis de Santander Juan Antonio del Val, realizó los oficios religiosos,acompañado en los mismos por el vicario general Carlos Osoro, y un sacerdote natural de Santillana ordenado recientemente.

Antes de las cinco de la tarde, hora en que estaba prevista la iniciación de los funerales, los alrededores del Museo diocesano presentaban una afluencia notable de gente, que iba llegando para rendir el último adiós al que fuera fundador del Museo Diocesano, e impulsara el cuidado y clasificación de la imaginería religiosa de nuestra región.

A las cinco de la tarde -hora en que dieron comienzo los funerales-, el templo del propio Museo Diocesano, estaba totalmente abarrotado de asistentes. De esta manera el pueblo de Santillana del Mar, y una cantidad ingente de amigos de Antonio Niceas, se dieron cita para testimoniarle su afecto y su adiós.

La misa que duró sesenta minutos fue acompañada en su celebración por setenta y tres sacerdotes, así como un coro de monjas clarisas que protagonizaron los cantos religiosos que se ofrecieron durante la misa.

Juan Antonio del Val, destacó en la homilía la figura entrañable y recordada de Antonio Niceas, una ausencia cuyo dolor era compartido por todos los presentes -según manifestó el obispo de la diócesis-.

A lo largo de su intervención, hizo Juan Antonio del Val una exposición de la capacidad humana y sacerdotal del fallecido “quien sino siempre muestras de generosidad y entrega, hasta los últimos momentos de su vida; una vida que el mismo sabía que se extinguía, pero Antonio Niceas aprovechó hasta el último momento al frente de sus obligaciones”.

El féretro conteniendo los restos mortales de Antonio Niceas, había sido depositado frente al altar antes de que diera comienzo el funeral. El féretro, de roble, totalmente liso, había sido construido en el pueblo de Casar de Periedo tal y como había manifestado por su propia voluntad, el fallecido.

DM/ Miércoles, 28 de mayo de 1986


Antonio Niceas, un sacerdote campurriano

Me sorprendió aquella voz al otro lado de la línea. Llamaban de Santillana del Mar. Aquellas palabras que destilaban transparencia de eternidad me anunciaron la muerte de un sacerdote amigo. Era lo que su salud había avisado repetidamente. Y, sin embargo yo me sentí sorprendido. Nos habíamos acostumbrado a conservar nuestra amistad olvidándonos de la temporalidad de este mundo- Vivíamos nuestro último adiós en cada despedida. Ahora que se ha ido de verdad casi no puedo creerlo.

¿Cuándo nos conocimos? ¿Cuándo nuestra amistad se hizo sincera y entrañable? Tan lejanos son estos recuerdos que carecen de fecha. Sé que Antonio Niceas fue símbolo y ejemplo de nuestro quehacer; símbolo porque muchos de sus amigos y paisanos hubiésemos querido ser lo que él; atreverse a aceptar y acudir a la llamada que tantos hemos desoído. Y ejemplo, por esa tenacidad de recopilador de tesoros escondidos y olvidados tras los muros penitentes de iglesias y humilladeros de lugares cántabros.

Su huella más profunda, su impronta más limpia, es la grabada en el monasterio de las Clarisas de Santillana, centro transido de cultura; con su museo, archivo y taller de restauración, que bajo el cuidado y responsabilidad de una orden benemérita, ofrece posibilidades reales al estudioso.

Esta inmensa obra que para nuestro Antonio del alma se desnudaba de todo mérito pretencioso, fue conseguida con una constancia admirable y unos sacrificios sin cuento. El hombre del que hablamos sólo sabía pedir a Dios por todos y por su obra, pero era incapaz de molestar a sus amigos ni con la más mínima de sus peticiones. Por eso, nunca mejor dicho, deja allí su obra personal. Entre aquellos muros centenarios recogió, ordenada y catalogada, la imaginería rural, que ayuda a interpretar la sencillez del alma de los pueblos; las pinturas restauradas: la orfebrería, etc.-- Pero con una particularidad que impresiona, allí se nota flotar el espíritu de nuestros antepasados.

A mis años, las pérdidas de un amigo es demasiado importante. Se nota el vacío muy cerca. No importó que la distancia impidiera el trato personal. Sabíamos que el amigo estaba allí que nos encontraríamos cada año y nos comunicaríamos la síntesis de nuestras vidas transcurrida. Esto, por ahora, no será posible. Habrá que esperar … esperar a otra primavera o a otro invierno. No lo sé, mientras tanto, los restos de Antonio Niceas reposarán bajo las losas de la iglesia del convento de Regina Coeli, y él desde lo alto vigilará no sólo el aliviarnos de nuestras premuras cotidianas, sino, lo que es más importante, el ayudarnos a que no sintamos la muerte como temeroso vacío y sí como esperanza.

Antonio; hubiese querido, como tus paisanos, custodiarte bajo las nieblas de nuestro Campoo, en aquel camposanto que lame el Ebro, pero no importa, porque te acompañaremos tantos, que la losa que te cubra ya es campurriana.

Antonio del Valle Menéndez

DM/ Domingo, 1 de junio de 1986


Entrada publicada el día de la Cabalgata de Reyes en Santillana del Mar, como recuerdo y homenaje a don Antonio Niceas Martínez Gutiérrez (1928-1986).






















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