Baldomero González Ceballos ("Mero") Famoso jugador de bolos de gran destreza. Siempre obtuvo los mejores premios en los concursos en que tomó parte.Un gran jugador de bolos.- Recuerdo de "Mero" |
En los
altos de Cildá vivía la tía Ignacia. Había allí un parador, donde se hospedaban
muchos transeúntes.
Allí se
celebra la renombrada romería de San Roque. Este punto es las cabeceras de
Cerrazo, el pueblo natal de Mero, el gran jugador de bolos.
Desde
estas cabeceras se domina al Norte Cóbreces. Ruiloba y Comillas y demás
pueblos. Se ve muy bien al Seminario. Al Sur, Cerrazo. Villapresente, el Puente
hasta Torrelavega y algo más. Al Este Oreña y toda la costa, hasta las
cabeceras de Ubiarco, y al Oeste Rudagüera, Quijas y otros pueblos. En fin, es
un punto que domina muchas leguas en contorno; punto delicioso a donde van
muchos en verano a recrearse y gozar de aquellos aires tan sanos y al mismo
tiempo a coger del campo la rica manzanilla que allí se cría, que es muy buena
para entonar el estómago, bien sea cocida o en fusión.
De
allí, cuando falleció la tía Ignacia, que era la dueña del parador, desapareció
el establecimiento. Sólo se anima algo de aquello, el día de San Roque, con una
gran romería.
Recordando
los tiempos de aquellos afamados jugadores de Cerrazo, parece que vemos a aquel
padre con sus tres hijos, aquel Mero, con toda la barba el de la cachaba; aquel
héroe del juego de bolos, que con sus hijos se presentó en Santander en el
circo ecuestre, hoy Plaza de Numancia, gran bolera para este fin; aquel que se
llevó el laurel, primer premio y que a los tres días se presentó nuevamente en
La Llama, Torrelavega, con sus tres hijos y que también triunfó llevándose el
premio y que, terminado el concurso le fuimos a acompañar hasta el Puente de
San Miguel y Villapresente con una orquesta de música, lanzando cohetes y
celebrando la victoria obtenida.
Cuando
pasábamos por Puente San Miguel, todos los vecinos salían a la carretera a
esperar a la comitiva. Aunque era de noche, había centenares de personas para
unirse a nosotros a fin de celebrar el triunfo. Quedaron muchos recuerdos de
aquellos tiempos, que no volverán.
¡Qué
jugadores aquellos de Cerrazo!... En la bolera de la Llama no había juego
difícil para ellos. En todas las tiradas tuvieron algún emboque y hubo varias
en las que sacaron dos en una sola y en cambio no daban un conejo o sea un dao
como vulgarmente se dice. ¡Qué seguridad
pegando al primer bolo, igual a la mano que al pulgar; igual golpe encima a
estacazo que golpe en tierra; a raya corta y entre bolos, segando después 5 o 6
bolos, que a un metro de larga y el emboque a escuadra a 0,50 o 0,60, dando
cada estacazo que entusiasmaban al público y se venía abajo la plaza de
aplausos, no de los torrelaveguenses, sino de sus partidarios.
Igual
les daba la raya larga y recta y el emboque cerca de la pared; parecía que
medían las bolas para sacar el emboque. No sé cómo se arreglaban.
En
cuanto al tiro, les daba igual el que ponen en los concursos de estos tiempos, de 15 o 18 metros, que de 20 o 22, que
próximamente tiene la bolera. Varias veces les vimos tirar del último tiro. A
Mero le colgaban la galleta, pero las tiraba rodando y arreglaba y sacaba solo
la parte del birle. ¡Qué jugadores aquellos; qué pulsos y qué serenos y qué
bien amaestrados los tenía el amigo Mero! ¡Qué satisfacción para un padre
obtener aquéllas victorias! ¡Qué satisfacción para Mero!
Mero el
de Cerrazo, nació en la Veguilla, un barrio del Puente San Miguel. Aún es el
más puntual en los concursos, el que lleva las notas, el de la blanca y larga
barba, el que tenía las contratas para jugar a los bolos como los diestros a
las suyas. Salía de casa a cumplir sus compromisos y tardaba a lo mejor quince
o veinte días en regresar a su domicilio. Es conocido por toda la provincia.
Para cumplir aquellos compromisos utilizaba en sus viajes un borriquito que
tenía bien amaestrado. Tan es así, que cuando regresaba, al entrar en el
pueblo, fuera de día o de noche, fuera la hora que fuere, siempre al llegar a
la entrada del pueblo y en el mismo sitio, echaba una petenera anunciando su
llegada.
A este
borriquito no le faltaba más que hablar. Tenía por nombre “Serrano” y con
frecuencia le daba Mero sus piedras de azúcar y hasta aguardiente muchas veces.
No quedaba feria ni romería que no recorría.
Mero es
el héroe del juego de los bolos; el que mejor cartel tenía en la provincia; el
que igual jugaba una merienda que las entradas de los toros, a los que fue muy
aficionado, que siete doblones, que dos
o tres mil reales, que cincuenta napoleones. De esto pueden decir algo Gervasio
Enguita o la Norberta que lo presenciaban en el Reenganche, y si viviera la tía
Ignacia también podría dar fe de ello.
Este
es, pues, Mero, el de la cachava, el de la blanca y larga barba, el que más
puntual en los certámenes para llevar notas en su libreta de los bolos,
emboques, quedas y conejos y apreciar los que quedan campeones.
¡Bien
dirigida pero corta! ¡Una palabra más!
Mero,
con sus hijos Félix, Antolín y Eulogio, fue durante años y años, el verdadero
campeón de las boleras montañesas.
UN
JUGADOR DE CERRAZO”
LA MONTAÑA/HABANA 3 DE ABRIL DE 1920 (Envía B. Bielva)
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