jueves, 3 de marzo de 2022

Bolos, bolas y boleras


Darío Gutiérrez

"Bolos, bolas y boleras

Por Antonio Botín Polanco  (Diario Montañés 29.03.1950)

En la bolera de Puente San Miguel se ha celebrado un gran concurso de bolos, en el que han tomado parte los mejores jugadores de las provincias de Santander y Asturias, y durante el cual se ha tributado un homenaje póstumo al que fue en vida el mejor animador que ha tenido el juego de bolos: Don Darío Gutiérrez.

En los pueblos de la provincia de Santander ha sido la bolera  lo que fue el ágora en las ciudades griegas. Los domingos por la mañana y al final de las largas tardes de verano –cuando llega “la fresca”- se reunían en la bolera los señores, los labradores, los obreros y los niños del pueblo. Jugaban a los bolos los más diestros, pero tomaban parte en las partidas –con las bolas, con las palabras o con ambas cosas- todos los asistentes. Se celebraba allí, con el mismo entusiasmo, una buena bola y una buena palabra. Era así la bolera una escuela de educación, de convivencia, de dialéctica y de oratoria, a la que asistían todas las clases sociales y todas las generaciones. Y lo mismo que Cicerón dijo que en la oratoria política y forense tiene gran importancia el sabio empleo de interjecciones en la oratoria de bolera.

Entre las boleras de la provincia de Santander, ninguna tiene tanto abolengo como la de Puente San Miguel. Sus 25 metros de “tiro” y sus diecinueve de “birle”, hicieron que nadie pudiese considerarse jugador de bolos sin revalidar su título en la bolera del Puente. Estaba enclavada dentro de un añoso robledal –que en el pueblo llamaban “La Robleda”-junto al Saja, y en la tarde de verano se mezclaban el ruido de los bolos al caer, el de las aguas del río y el de las hojas de los robles, movidas por el viento, con las palabras de los oradores de la bolera. Sus grandes proporciones y los altos robles que la circundaban, hicieron del corro de bolos de la Robleda, el ágora ateniense, el foro romano, el San Pedro de Roma de las boleras.

Cuando yo conocí a Darío –me permito llamarle como le llamo siempre en vida, porque si le llamaba don Darío adivinaría el grato recuerdo de nuestra amistad –los años ya no te dejaban llegar la bola desde los “tiros” largos, y por eso sólo jugaba a los bolos cuando estábamos muy en confianza. Había sido un gran jugador de bolos y le fallaba el brazo en la misma medida que le sobraban experiencia del juego y entusiasmo por las buenas jugadas. Por eso, los mejores jugadores le consultaban siempre y su opinión era unánimemente respetada. Pero no era un maestro malhumorado, gruñón, ni vanidoso de su saber. Lo que él sabía se ponía al alcance de todos en voz alta, jovialmente, con alegría. Nadie supo jamás enseñar con más gracia, con más simpatía, con mayor jocunda. Una misma interjección tenía en su boca, según la ocasión y el tono de la voz, mil significaciones distintas. Darío era, sin discusión y con ello, el Demóstenes, el Cicerón, el sumo pontífice del corro de bolos de la Robleda, Ágora, foro y catedral máximos de las boleras.

Cuando los niños dejaron de jugar al toro y comenzaron a “emular” en el puente de Triana, Darío construyó una pequeña bolera para los niños, junto a la gran bolera –The grealest in the Word -do la Robleda. Cubierto con su pequeña boina y armado con su gran cachiporra –bastón de peregrino de los bolos-, se dedicó a recorrer las boleras de la provincia. Organizó unos cursos, concertó desafíos y planteó discusiones bajo el verde patio de robles o de plátanos de todos los corros de bolos donde resonaban sus comentarios agudos y joviales y su risa jocunda. Y así salvó Darío del olvido nuestro deporte vernáculo, escuela de educación, de convivencia, de dialéctica y de oratoria bolera y montañesa.

Hoy, después de muchos años, hemos vuelto a la Robleda de los amigos de Darío, que ya no llegamos la bola desde los “tiros” largos, pero llevamos aún en la memoria su recuerdo., Penurias municipales han talado sin piedad la Robleda, y apenas quedan unos viejos troncos, que dan sombra a la bolera. En la Presidencia, directivos de la Federación de Bolos, sin boina ni cachiporra. Uno de ellos al entregar una placa de plata a los familiares de Darío pronuncia unas palabras graves, engoladas, como si estuviéramos en el homenaje a un maestro de escuela. En lugar del comentario agudo y jovial, de la interjección polifacética y de la risa de Darío, un discurso y un regiamente.

Comienzan a jugar los grandes jugadores de bolos del momento. Tiran desde cerca –quince metros con raya larga y diecisiete con raya al medio-, y a los diecinueve metros de “birle” de la antigua catedral de los bolos, los han quitado ocho. Los bolos –aquellos bolos morenos y panzudos de la Robleda- son ahora pálidos y flacos. En cambio, las bolas, amparadas en los tiros cortos, han engordado mucho. Los desmedrados y escuálidos bolos se defienden mal contra ellas. Ya no se usa en el corro aquello de “buen artillero”, cuando el bolo, después de tambalearse se quedaba en pie. Hay que reconocer que los grandes jugadores actuales tiran más bolos que los del pasado y que no es nada fácil tirar tantos, por muy flacos que sean los bolos y por muy gordas que sean las bolas. Pero se tiran bolos con la misma regularidad y monotonía con que se hacen en Norteamérica los automóviles.

Como tirando al emboque –la mejor jugada- se hacen menos bolos, ya ningún jugador tira a emboque –con la sola excepción del veterano Zurdo de Bielva, que tira siempre a él, y por eso solo gana las tardes afortunadas.

En cinco horas de juego de los mejores jugadores de la Montaña, hemos visto sacar esta tarde solamente dos emboques, uno de ellos casual, ya entre dos luces. Como con esas bolas gordas se “birlan” desde el tablón, cinco bolos, cuando se los “da” bien, o se atropellan tres, cuando se los “da” mal, ya nadie tira a “arreglar” –a dejar las bolas dentro o cerca de la caja-; ya nadie tira aquellas bolas altas, “pingonas” y “retornás”, que venían desde los tiros largos rozando las hojas de las ramas más altas de los robles de la Robleda y que nadie ha tirado mejor que Cholan –el hijo de Darío, prematuramente desaparecido de la bolera y de la vida- Y como nadie sabe “arreglar” ya nadie sabe tampoco “segar” una bola.

Hoy se juega a los bolos con la misma precisión y monotonía con que se juega al “golf”. El “bogey” son cuatro bolos por bola; el “par” son cinco; alguna vez un jugador hace en una jugada seis bolos por bola, que es  “el contra par”. Hoy se juega a todo con la misma exactitud y monotonía con que se vive. El riesgo que engendra las grandes y brillantes jugadas se ha ido también de las boleras. Por eso, no creo que Darío se hubiera divertido esta tarde en la Robleda, si hubiera podido presenciar el concurso de bolos celebrado en su homenaje.

Quizá sea mejor que haya sido así. Con un juego arriesgado, lleno de azar y de jugadas brillantes –con fortuna o sin ella- hubiéramos echado aún más en falta el comentario agudo, la interjección oportuna, la risa jovial de Darío en la bolera; aquella guasa suya de la que tanto disfruté en mis años juveniles cuando era con frecuencia huésped en Puente San Miguel –de una persona muy querida de mi familia, también desaparecida- que en su niñez tuvo la rara fortuna de descubrir a su padre las pinturas rupestres en la cueva de Altamira, quien sí,  pudo descubrirlas el mundo. Como una bola alta, “pingona” y “retorná” a través del Atlántico, ya envío en este artículo mi nostalgia de aquellos días a los montañeses emigrados, por si con ello puedo “arreglar” un poco la suya.

(De “El País), de La Habana.)"


Genealogía (en construcción)...

Darío Gutiérrez y Dolores Juanco son los padres de: María Jesús (1907-1999), casada con el médico titular de Santillana  Vicente Montserrat Fernández Gómez (1900-1977), Cristina (-1990) esposa del médico de Puente San Miguel José Ruiz de Salazar () y Dolores () ..... 

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