viernes, 18 de noviembre de 2016

Manuel Usamentiaga Díaz y Teresa Jareda Sánchez




MANUEL USAMENTIAGA DÍAZ (n. 1884 Oreña, m. 1939 Oreña) y TERESA JAREDA SÁNCHEZ   (n. 1881 Oreña, m. 1938 Oreña), casados el 24 de septiembre de 1904 en la Iglesia Parroquial San Pedro Apóstol de Oreña.

Sus hijos: José (1905-1984), Guadalupe (1908-1998), Manuel (1911-1991), Valentín (1915-1991), Juan (1917-1960), Jesús (1918-2014) y Florentino (1922-2012).

Labradores con residencia en Caborredondo



MANUEL  era hijo de Valentín Usamentiaga García (n.1860 Oreña, m. 1927 Caborredondo)  y Guadalupe Díaz Fernández (n. 1861 Oreña, m. 1930 Caborredondo).

Sus hermanos: Doroteo Florentino (1888-1935), Marina (1889-), Daniela Rosario (1894-) y María del Carmen (1902-1979).

Era nieto paterno de José Usamentiaga Fernández (n. 1825 San Martín de Quevedo (Valle de Iguña), m.) y María Ana García Izquierdo (n. 1818 Oreña, m. 1877 Caborredondo).

Era nieto materno de Manuel Díaz Arroyo (n. 1833 Puente Avíos, m. 1881 Oreña) y María Fernández Calderón (n. 1818 Oreña, m. 1895 Caborredondo).


TERESA  era hija de Juan Jareda Pacheco (n. 1860 Arroyo Santillana del Mar, m. 1891 Oreña) y María Sánchez de la Torre Gómez de la Torre (n. 1857 Caborredondo, m. 1941 Oreña).

Sus hermanos: Jesús (1882-1916), Amelia Eleuteria (1885-1968), Ángeles (1890-1891) y Manuel ().

Era nieta paterna de Manuel Jareda Herrera (n. 1828 Arroyo Santillana del Mar, m. 1888 Arroyo Santillana del Mar) y Marcelina Pacheco Díaz (n. 1827 Arroyo Santillana del Mar, m. 1903 Arroyo Santillana del Mar).

Era nieta materna de Alejandro Sanchez de la Torre Gómez (n. 1834 Oreña, m. 1890 Caborredondo) y Tomasa Gómez de la Torre García (n. 1820 Oreña, m. 1885 Oreña).



Raíces: Su hijo Manuel estaba casado con Trinidad González Gutiérrez (1909-1999), prima carnal de mi madre Leonor



Anecdotario:


Valentín Usamentiaga Jareda escribe en su libro “OREÑA pueblo con mil años”:

“María Sánchez Gómez

Esta mujer, más conocida por tía María, “La Chata”, heredera directa de los cántabros, nació en Oreña el año 1855.

Era hija de Alejandro Sánchez, “Montoín” y de Tomasa Gómez. Sólo tuvo un hermano que emigró de niño a América, al poco tiempo, dejó de escribir y jamás se volvió a saber de él.

Pasó su juventud en el barrio de Caborredondo, a donde un buen día llegó un arrogante mozo, nacido en Arroyo, a quien su padrino no se le ocurrió otra cosa que ponerle por nombre en la pila de la Colegiata de Santillana. “Juan”… Jareda Pacheco. Se enamoraron y contrajeron matrimonio en la iglesia parroquial de Oreña. De este matrimonio vinieron al Mundo cuatro hijos: Manuel, Teresa, Eleuteria y Jesús Jareda Sánchez.

Este Juan, que fue mi abuelo, empezó su nueva vida carreteando y transportando patatas desde Reinosa a Comillas, pero a los once años de casado, una pulmonía se lo llevó en plena juventud, quedando tía María, viuda, quien sin desanimarse se hizo cargo del negocio, pasando los años por esas carreteras de Dios hasta criar los hijos.

Voy a referir algunos detalles de aquella vieja de temple de acero a quien pocas veces vi sonreír y que usaba siempre un cordel para dar leña. En uno de los viajes de Reinosa a Comillas, al pasar por la Turbera (Torres), donde entonces había una o dos casas, se encontró con dos hombres enmascarados;  traía a su hijo Jesús con ella, que era un niño;  los enmascarados dieron varias pasadas al carro, pero tía María no se quedó en él, sino que bajó con la ahijada en la mano y salió a la par de las vacas, sin que ellos la molestaran, pero al otro día se enteró de que estos enmascarados habían desbalijado un chalet aquella noche, en Torres.

Pasan los años, se casan los hijos y queda con ella su hija Teresa, casada con Manuel Usamentiaga, que fueron mis padres. En esta misma casa nacimos todos los hermanos, pero al marchar los dos mayores a Méjico, quedamos los dos medianos, que éramos los que podíamos dar guerra, mi hermano Juan (que en paz descanse) y yo.

Una tarde de estas de puro invierno, nos fuimos a jugar al gran desván que tenía la casa y vimos sobre una viga una cosa rara, que enseguida pasó de mano en mano. Empezamos a mirarla y sacamos en concreto que aquello era algo para tapar la cabeza, aunque los ratones habían dado buen fin del terciopelo que lo adornaba. Cuando ya le habíamos sacudido el polvo y me tocaba a mi el turno de ponerla, se le ocurrió a tía María asomar al desván y los cordelazos que yo llevé no se pudieron contar.

A los gritos, llegó mi madre, que como era natural se plantó, y al preguntarle la causa de aquella paliza, le contestó tía María que porque teníamos puesta la montera que llevó su padre a donde el rey Prim.

No se me olvidó esta frase, pues nunca oí tuviéramos un rey que se llamara Prim, pero como del hilo se saca la madeja, saqué en claro que allá por el año de la regencia de Serrano fue el General Prim Jefe del Gobierno, hasta quien llegó Alejandro Sánchez, de apodo “Montoin”, con una misión de deslindes de terrenos, que bien pudieran ser asuntos internos de Alfoz de Lloredo, pero el llegó a Palacio en abarcas, escarpines, capa y montera y trajo resuelto el problema.

Recuerdo de niño, estar pescando en las Sopeñas y muy cerca se bañaban las chicas del pueblo, a pesar de que en aquel tiempo no se usaban bañadores, sino un camisón que las cubría de pies a pescuezo y al acercarse a ellas los mozos del pueblo, llamaron a tía María que pasaba junto a mi, y tan solo con darles una voz salieron los mozos en fila india en dirección al barrio.

Sobre el año 1929, una noche oyó los gritos de auxilio que salían de la casa de Virginia Cabrera, “la Cabrita”, que en un momento nos despertaron a todos; salimos ella y yo los primeros, pues me decía que se estaba quemando la casa. Yo me adelanté casi dormido, pero al llegar al corral no vi llamas, pero sí me encontré con un hombre que salía y torcía por la cambera de casa de Ernesto Luguera, hoy de Rosa Pérez; llegué al portal y todavía no paraban de dar gritos aquellas mujeres que estaban durmiendo en el cuarto de abajo, pues el dormitorio o sala no lo usaban cuando estaban ellas solas. Llegó tía María y todavía les costó abrir la puerta. Imagínense lo que pasarían aquellas mujeres allí solas,  pero la contestación de tía María al momento, evitó Dios  sabe qué. Lo que sí puedo asegurar es que si en vez de ir yo delante va mi abuela, aquel hombre que yo vi y de quien no hice caso, no sale de la corralada. Recuerdo que a la media hora ya estaban allí Olegario, Dora, Quico, Lope y todo el barrio, y lo mejor que ocurrió fue que aquel hombre saliera huyendo, pues si cae en manos de los que iban llegando, lo hacen tajadas.


Era tía María una pescadora excepcional, casi constante en el mar; andaba de piedra en piedra a sus ochenta años, y el camino del puerto o Braña de Jozcaba lo conocía al dedillo, pues lo pasó muchas veces para llevar suministro a su padre. Como no fuese ella y tía Fidela García, esposa de Luis Somohano, no creo yo que muchas mujeres se atreviesen a pasar aquel camino de lobos.”



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