VALENTÍN USAMENTIAGA GARCÍA (n. 1860 Oreña, m. 1927 Caborredondo) y GUADALUPE DÍAZ FERNÁNDEZ (n. 1861 Oreña, m. 1930 Caborredondo), casados el 6 de septiembre de 1883 en la Iglesia Parroquial San Pedro Apóstol de Oreña.
Sus hijos: Manuel (1884-1939), Doroteo Florentino (1888-1935), Marina (1889-), Daniela Rosario (1894-), Mariana (1900-1977) y María del Carmen (1902-1979).
Labradores con residencia en Caborredondo
VALENTÍN era hijo de José Usamentiaga Fernández (n. 1825
San Martín de Quevedo (Valle de Iguña), m.) y María Ana Garcia Izquierdo (n.
1818 Oreña, m. 1877 Caborredondo).
Sus hermanos: Juana (1850-1906), Cirilo (1855-), Matilde () y Esteban
(1862-).
Era nieto paterno de Martín Usandizaga Egusquiza (n. 1786 Asteasu
Guipúzcoa, m.) y Francisca Fernández Collantes (n. 1794 San Martín de Quevedo
(Valle de Iguña), m.).
Era nieto materno de Manuel García Vallejo (n. Val de Castrecia Palencia,
m. 1880 Oreña) y Juana Izquierdo Sigler (n. 1788 Oreña, m. 1842 Perelada).
GUADALUPE era hija de
Manuel Díaz Arroyo (n. 1833 Puente Avíos, m. 1881 Oreña) y María Fernández
Calderón (n. 1818 Oreña, m. 1895 Caborredondo).
Era nieta paterna de José Díaz (n. Puente Avíos) y Felipa Arroyo (n. Puente
Avíos).
Era nieta materna de Manuel Fernández Cayón (n. 1788 San Martín de Quevedo,
m. 1858 Caborredondo) y María Calderón Cóbreces (n. Padruno, m. 1857
Caborredondo).
Raíces: Su hijo Manuel era el padre de Manuel Usamentiaga
Jareda (1911-1991) casado con Trinidad González Gutiérrez (1909-1999), prima
carnal de mi madre Leonor.
Anecdotario:
Anecdotario:
Valentín Usamentiaga
Jareda escribe en su libro “OREÑA pueblo con mil años”:
“Doroteo Florentino Usamentiaga Díaz
Nació en Oreña, el día 28 de Marzo
de 1888.
Hijo de Valentín Usamentiaga García
y de Guadalupe Díaz, si hay un refrán que dice que la cara es el espejo del
alma, en este personaje ocurría todo lo contrario, pues su cara superaba en
seriedad a la de un Magistrado del Tribunal Supremo, pero en sus hechos se
quedaban muy cortos Antonio Vico y Miguel Ligero.
Puedo decir de este hombre que fue el de las
aventuras extraordinarias.
Desde niño trabajó en el mostrador y llegó a hacerse
un gran cocinero y navegó con este oficio en la Compañía Trasatlántica.
Un buen día, llegó a Veracruz y se le ocurrió saltar
a tierra y pasando por una plaza y viendo mucho público allí reunido, se acercó
a ver lo que pasaba. Y lo que pasaba era que estaban subastando loros. Las
ofertas de aquella subasta eran de medio peso y un buen ejemplar un peso. Cuando
a Florentino le pareció oportuno, mandó veinte pesos por el loro que estaba en
turno. ¡Qué más quiso oír el indio! La palabra “para usted”, fue la
contestación inmediata. Pero a Florentino la broma le salió cara, pues se largó
y tuvo que salir un guardia tras él y como no tenía los veinte pesos encima,
fue a Comisaría, de donde para salir, tuvo que venir el capitán del barco con
los veinte pesos. Y así pudo salir, no sin exigir por delante el loro, que le
fue entregado y vino a morir en la calle de la Palma de Cádiz, poco antes que
el mismo Florentino.
Tomaba unas copas en un bar del muelle de Cádiz,
cuando entrándole sueño, se fue a un banco junto al monumento de las Cortes de
Cádiz, donde se quedó dormido como un lirón. Se acercó un ratero a por las botas
y ya le había quitado una, cuando despertó Florentino y al intentar huir el
ratero, le dice: “llévate la otra, que con una sola no haces nada”.
De permiso en casa, llega la hora de incorporarse al
barco, pero encuentra en el muelle a unos amigos, se lía en copas y pierde el
barco, lo que fue una salvación, pues el barco naufragó en aquel viaje.
Vuelve a embarcar y en ruta de América, llega a
Nueva York. Estaba trabajando en la cocina, cuando desde el muelle le llama un
señor y le dice: - Paisano, no tienes nada que beber? - ¿de
dónde eres? Le pregunta Florentino. –
Soy español, de Santander. – De
Santander soy yo también, pero no te conozco. – Es que yo soy de un pueblo que
se llama Oreña. – De Oreña no puedes ser tú, que el que es de Oreña soy yo. –
Que sí, hombre, que soy hijo de tío Sindo y Tía Lucía. – Pues espera un poco
que somos parientes. Y Florentino, que ya , hacía rato le había conocido, le
dio unos vasos de vino y cuando ya estaban bien los dos y a pesar de estar la
ley seca en todo su rigor, sacaron una botella de coñac con la que cogieron una
trompa tremenda, pero con la gran suerte de pasar desapercibidos.
Yendo un día de paseo por el parque de Cádiz, al
pasar por el estanque se fijó en los cisnes y recordando sus tiempos de
cazador, vuelve a casa, se echa encima el revólver y se dirige de nuevo al estanque, donde se lía
a tiros con los cisnes, matando a tres o cuatro. Le detuvieron y para salir,
tuvo que pagar los cisnes a peso de oro.
Cuando le parecía, cogía la caña, se iba al mar y
lanzaba los anzuelos sin carnada, y si alguno se apercibía y le preguntaba: - ¿Pero
qué haces, Florentino? él contestaba muy tranquilo: - El que quiere picar, que
pique, pues yo no engaño a nadie.
Murió este célebre Florentino en Cádiz por el año 1935
y su entierro fue una importante manifestación de duelo. Mucho lo sintió el
barrio de la Viña, y sobre todo los pescadores de la Caleta, que no podían
olvidar el rancho que les preparaba el día que no podían salir a la mar y no
tenían una “perra”.
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