La Virgen de Fátima, en Santillana del Mar
En un atardecer tranquilo, con cielo nuboso, pero sin desgarrarse una sola nube en agua molesta, entraba la Virgen de Fátima por las vetustas calles de la villa medieval, ocupadas de un pueblo entusiasta y fervoroso.
Sus primeros pasos fueron para los Conventos de Dominicas y Clarisas. Allí, tras las rejas del coro, se apiñaban las monjitas, deseando contemplar a la Virgen Blanca, de tantos misterios para ellas. Y ellas le cantaban la “Salve”, mientras un público que llenaba el templo les contestaba, casi a media voz, como si no quisiera turbar el canto de las religiosas.
Fueron estas dos visitas, breves, pero emocionantes momentos de que disfrutó toda la villa. Después, en la Colegiata, los actos de ritual en estas visitas virginales y la “noche de Fátima”, noche de gracias, como en todas partes; reconciliaciones con Dios, cenas eucarísticas, rosarios en cadena, cánticos, plegarias … que se esfuman al amanecer, para volver a reforzarse en imponente cascada de argentinas voces en la “Misa Mayor”. Y al terminar ésta la emocionante bendición de enfermos.
A las tres de la tarde, salía la Virgen Blanca para Comillas, en cuyo trayecto la detuvieron Oreña, Novales, Cóbreces y Ruiloba porque, ¿qué hijo se resigna a ver pasar a su Madre sin verla y besarla? …
DM/ Viernes, 6 de noviembre de 1948
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