Copiada del libro de Santillana (1955) |
"La vida cotidiana en el Santillana de los Austrias
Llama enormemente la atención para un historiador el hecho de que la villa de Santillana constituye un conjunto monumental sobradamente conocido sobre el que tantos hombres ilustres y viajeros románticos –recordemos tan sólo a Jovellanos, Galdós, Unamuno y Ortega sin olvidar a los poetas- han manifestado ilimitada manifestación y, sin embargo, su pasado histórico es hoy todavía un enigma hasta el punto de que podemos afirmar que el ayer de Santillana es la mayor incógnita de nuestra historia regional.
Por
Rogelio PÉREZ BUSTAMANTE
Cronista oficial de la villa
Sin
embargo, el análisis de los documentos que sobre ella se conservan a partir del
siglo VI –y algunos medievales- las Ordenanzas, Padrones de Hidalguía,
Protocolos notariales, Actas y Cuentas Municipales y una abundante información
de carácter menor hará posible llegar a descifrar el secreto que guardan hoy
las piedras blasonadas, los arcos ojivales y los guijos del empedrado de la
villa.
Santillana, capital de un territorio
Ante
todo, Santillana es una vieja capital, primero desde el siglo IX de un gran
dominio monástico, después, y al mismo tiempo desde los albores del siglo XIII,
de uno de los distritos o Merindades del Reino de Castilla y León, y finalmente,
desde 1944 de un gran señorío al que dará nombre: el Marquesado de Santillana,
y con el que cobrara celebridad universal por ser el Primer Marqués Íñigo López
de Mendoza, el primer cortesano renacentista, el hombre que mejor definió los
valores políticos, artísticos y humanos de un brillante período de la Historia
de España, junto al cual se unirá en el nombre de Santillana un personaje de
ficción, el pícaro Gil Blas, que el escritor francés Lesage popularizara desde
1975.
Pero
precisamente la titularidad señorial sería la gran desgracia de la villa de
Santillana, mantenida bajo los Mendoza hasta el régimen constitucional mientras
que los rebeldes Valles retornarían a la Corona después del largo y ruidoso
“Pleito de los Valles”.
La Santillana del siglo XVII
La
Santillana del siglo XVII es ya una sombra de lo que fue, brillantes casas,
todavía mejoradas y fabricadas en aquel siglo, viejos y nuevos escudos, signo
de una hidalguía que tanto en la villa como en los barrios alcanza al menos el
90 por ciento de los vecinos –casi tos por tanto en Santillana son hidalgos-
Aquellos
hombres y mujeres –no pocas viudas y más clérigos que en otro lugar- pasean en
el siglo XVII por las viejas calles de la villa que serán de nuevo empedradas,
según reflejan las Cuentas Municipales: el Cantón, la Carrera, Racial, Los
Hornos, las Arenas, etcétera, finalizan sus tareas en el campo, en donde una
gran parte de ellos posee a lo más dos hectáreas y recogidos los aperos vuelven
con ellos al hombro a sus casas de arcos ojivales, de molduras, miradores y
grandes escudos a terminar el día atendiendo su pequeño ganado vacuno.
Hidalgos
y canónigos se dirigen a la plaza, entonces con cagigas, mientras que desde la
Abadía y los conventos de San Ildefonso y Regina Coeli, fundado a finales de
siglo, recuerdan las campanas las horas religiosas.
Artesanos,
herreros, sastres, zapateros, terminan su labor y las mujeres finalizan sus
hilas, guardando el lino, que no pueden sacar a las calles para no ensuciarlas,
como tampoco lo pueden secar el fuego, para evitar el peligro de los incendios.
En la
tierra trabajaban los cereales y la vid, que aunque ocupa más de diez hectáreas
en el término, no da ni con mucho para abastecer un consumo de vino enorme,
hasta el punto de que cerca de la cuarta
parte del total de los impuestos procede de la venta del vino, y dentro de la
villa las mujeres se aprovisionan en las tiendas de los siete mercaderes de
cera, canela, azúcar, clavo, medias, jabón, botones y calzas de lana que vienen
de Burgos, Valladolid y Bilbao.
El Gobierno y las fiestas de la villa
Todos
los años convocados a son de campana, se dirigen los vecinos el día de Reyes al
patio de la colegial y allí eligen los oficiales: dos procuradores y dos
regidores, uno por los hidalgos. Otro por los pecheros.
El
procurador administra las cuentas, lo que se recibe de los impuestos, lo que se
entrega a la Corona, se envía al Duque, el coste de los soldados a Flandes, el
pago de la captura de lobos, los salmones que le regalan al Duque, el salario
de maestro y médico, el arreglo de las calles, del reloj y las limosnas.
Precisamente la información que nos ha llegado sobre las fiestas en el siglo
XVII procede de las cuentas municipales: lo que se pagó a los danzantes el día
del Corpus, el pago que todos los años se hace de un juego de bolos y bolas
para el campo de Revolgo –en 1713 los hacía Juan García de Tagle, del barrio de
Herrán y recibía por ello siete reales y medio-, y por último las fiestas de
toros.
Una
sesión municipal celebrada el 25 de junio de 1632 recoge la “costumbre inmemorial”
de celebrar las fiestas de Santa Juliana “mandaron que por cuenta de esta villa
se compren dos toros, el uno para agarrocharlo y matar, el otro para capear sin
que se haga daño alguno”, luminarias y hogueras y otras diversiones como las
poco lícitas de aquellas “mujeres e mozas estravagantes pobres e mundanas” que
se iban a vivir a Santillana y a las que se ordenó en las Ordenanzas de 1575
que buscasen “amos a quien servir que por su sudor las sustenten”, so pena de abandonar
la villa".
DM/ 21
mayo de 1982
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