viernes, 18 de agosto de 2023

La vida cotidiana en el Santillana de los Austria

 

Copiada del libro de Santillana (1955) 

"La vida cotidiana en el Santillana de los Austrias

Llama enormemente la atención para un historiador el hecho de que la villa de Santillana constituye un conjunto monumental sobradamente conocido sobre el que tantos hombres ilustres y viajeros románticos –recordemos tan sólo a Jovellanos, Galdós, Unamuno y Ortega sin olvidar a los poetas- han manifestado ilimitada manifestación y, sin embargo, su pasado histórico es hoy todavía un enigma hasta el punto de que podemos afirmar que el ayer de Santillana es la mayor incógnita de nuestra historia regional.

Por Rogelio PÉREZ BUSTAMANTE

Cronista oficial de la villa

Sin embargo, el análisis de los documentos que sobre ella se conservan a partir del siglo VI –y algunos medievales- las Ordenanzas, Padrones de Hidalguía, Protocolos notariales, Actas y Cuentas Municipales y una abundante información de carácter menor hará posible llegar a descifrar el secreto que guardan hoy las piedras blasonadas, los arcos ojivales y los guijos del empedrado de la villa.

Santillana, capital de un territorio

Ante todo, Santillana es una vieja capital, primero desde el siglo IX de un gran dominio monástico, después, y al mismo tiempo desde los albores del siglo XIII, de uno de los distritos o Merindades del Reino de Castilla y León, y finalmente, desde 1944 de un gran señorío al que dará nombre: el Marquesado de Santillana, y con el que cobrara celebridad universal por ser el Primer Marqués Íñigo López de Mendoza, el primer cortesano renacentista, el hombre que mejor definió los valores políticos, artísticos y humanos de un brillante período de la Historia de España, junto al cual se unirá en el nombre de Santillana un personaje de ficción, el pícaro Gil Blas, que el escritor francés Lesage popularizara desde 1975.

Pero precisamente la titularidad señorial sería la gran desgracia de la villa de Santillana, mantenida bajo los Mendoza hasta el régimen constitucional mientras que los rebeldes Valles retornarían a la Corona después del largo y ruidoso “Pleito de los Valles”.

La Santillana del siglo XVII

La Santillana del siglo XVII es ya una sombra de lo que fue, brillantes casas, todavía mejoradas y fabricadas en aquel siglo, viejos y nuevos escudos, signo de una hidalguía que tanto en la villa como en los barrios alcanza al menos el 90 por ciento de los vecinos –casi tos por tanto en Santillana son hidalgos-

Aquellos hombres y mujeres –no pocas viudas y más clérigos que en otro lugar- pasean en el siglo XVII por las viejas calles de la villa que serán de nuevo empedradas, según reflejan las Cuentas Municipales: el Cantón, la Carrera, Racial, Los Hornos, las Arenas, etcétera, finalizan sus tareas en el campo, en donde una gran parte de ellos posee a lo más dos hectáreas y recogidos los aperos vuelven con ellos al hombro a sus casas de arcos ojivales, de molduras, miradores y grandes escudos a terminar el día atendiendo su pequeño ganado vacuno.

Hidalgos y canónigos se dirigen a la plaza, entonces con cagigas, mientras que desde la Abadía y los conventos de San Ildefonso y Regina Coeli, fundado a finales de siglo, recuerdan las campanas las horas religiosas.

Artesanos, herreros, sastres, zapateros, terminan su labor y las mujeres finalizan sus hilas, guardando el lino, que no pueden sacar a las calles para no ensuciarlas, como tampoco lo pueden secar el fuego, para evitar el peligro de los incendios.

En la tierra trabajaban los cereales y la vid, que aunque ocupa más de diez hectáreas en el término, no da ni con mucho para abastecer un consumo de vino enorme, hasta el punto de que cerca de  la cuarta parte del total de los impuestos procede de la venta del vino, y dentro de la villa las mujeres se aprovisionan en las tiendas de los siete mercaderes de cera, canela, azúcar, clavo, medias, jabón, botones y calzas de lana que vienen de Burgos, Valladolid y Bilbao.

El Gobierno y las fiestas de la villa

Todos los años convocados a son de campana, se dirigen los vecinos el día de Reyes al patio de la colegial y allí eligen los oficiales: dos procuradores y dos regidores, uno por los hidalgos. Otro por los pecheros.

El procurador administra las cuentas, lo que se recibe de los impuestos, lo que se entrega a la Corona, se envía al Duque, el coste de los soldados a Flandes, el pago de la captura de lobos, los salmones que le regalan al Duque, el salario de maestro y médico, el arreglo de las calles, del reloj y las limosnas. Precisamente la información que nos ha llegado sobre las fiestas en el siglo XVII procede de las cuentas municipales: lo que se pagó a los danzantes el día del Corpus, el pago que todos los años se hace de un juego de bolos y bolas para el campo de Revolgo –en 1713 los hacía Juan García de Tagle, del barrio de Herrán y recibía por ello siete reales y medio-, y por último las fiestas de toros.

Una sesión municipal celebrada el 25 de junio de 1632 recoge la “costumbre inmemorial” de celebrar las fiestas de Santa Juliana “mandaron que por cuenta de esta villa se compren dos toros, el uno para agarrocharlo y matar, el otro para capear sin que se haga daño alguno”, luminarias y hogueras y otras diversiones como las poco lícitas de aquellas “mujeres e mozas estravagantes pobres e mundanas” que se iban a vivir a Santillana y a las que se ordenó en las Ordenanzas de 1575 que buscasen “amos a quien servir que por su sudor las sustenten”, so pena de abandonar la villa".

DM/ 21 mayo de 1982

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