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A los 25 años
¡Felicidades. Don Daniel!
Por Gerardo Cabarga
No es la primera vez que hablamos de don Daniel. Lo hicimos ya en otras ocasiones, cuando su labor callada dejaba de ser transparente, para asomarse un poco, recelosa y con temor, a la consideración humana.
Pero no crea el lector que, al volver sobre el tema, lo hacemos movidos por un halago adulador y petulante. No. Es tan sincero y rendido nuestro afecto a la persona y a la obra de don Daniel, que siempre encontramos un ángulo nuevo, desde donde enfocar los planos de su tarea apostólica. Y hoy no es menor el motivo: don Daniel celebra sus bodas de plata con el sacerdocio.
Nació don Daniel en Bustillo del Monte, de esta provincia, pasando su niñez en Sierrapando, donde su madre ejercía como maestra. Cursó sus estudios en el Seminario de Corbán, haciendo el último año como cantor de la Catedral. El día 31 de marzo de 1924 celebró su primera misa en el convento dominico de las Caldas, juntamente con su hermano Francisco, actual párroco de Casar de Periedo. Desde entonces es capellán de los Ángeles Custodios. Cúmplense, pues, los cinco lustros de su ordenación.
Sobradamente reconocemos que el caso no es insólito y único. Muchos días del año se festeja en la intimidad del hogar esta meta lograda del correr desbocado de los días. Pero…
Veinticinco años sin descanso, trabajando incesantemente por la gloria de Dios en la redención de nuestros hermanos, deben ser carga muy ligera en el corazón de don Daniel, pues ya dijimos otra vez que su obra es posible, en tal amplitud y providencia, porque en su alma está moldeada la imagen de Dios, está perfilada certeramente su vocación.
Los hombres, con frecuencia, somos víctimas del orgullo y olvidando que todo lo que hay en nosotros de luz, esplendor, inteligencia, ciencia y bondad, lo hemos recibido prestado. Don Daniel rechaza un honor terreno, porque arde en el deseo de un mundo mejor, más noble, más ideal.
Los árabes tienen una magnífica leyenda relativa al sollozo del Sáhara. Cuando en noche tranquila y estrellada una suave brisa recorre el inmenso desierto y hace chocar miriadas de pequeños granos de arena, produce el efecto de un gemido doloroso, exhalado por una gigantesca fiera, herida de muerte. “¿lo oís? -dice el guía a la caravana-; ¡el desierto llora! Llora por los jardines florecientes, las mieses undosas, los frutos sonrientes…”
La primera misa de don Daniel fue de réquiem, por su madre. Su Getsemaní se trocó en Calvario. Y ante la ausencia, su alma -estamos seguros- lloró de gozo y de dolor…
Esta misa de hoy, en sus bodas de plata, ha de tener también su alegría y su pena. Aquella por el beneficio de Dios, y ésta por la cotidiana solución que ha de dar a tantísimas obligaciones como tiene contraídas. Al igual que el desierto, su corazón gemirá doloroso, porque añora la oración y la limosna, para atender a los tres amores de su vida: los enfermos, el Preventorio de Potes y las Escuelas gratuitas.
Que nuestra alma no tenga la aridez del desierto. No finjamos . Y en el silencio íntimo, lloremos por estas alegrías muertas que perdieron la esperanza y ayudemos a don Daniel a trocarlas en flores lozanas, sonrientes, olorosas…
En nombre de cuantos colaboramos en estas lides periodísticas: ¡Felicidades, don Daniel!
DM/ Jueves 31 de marzo de 1949
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